Tres años después de la entrada en vigor de la mal llamada ley de Memoria Histórica, diversas asociaciones de víctimas del franquismo (como ARMH o la Federación Estatal de Foros por la Memoria) han hecho un balance tremendamente negativo de la aplicación de la misma.
Las quejas de los representantes de estas asociaciones son varias, pero hay dos que llaman poderosamente la atención: las referidas al Valle de los Caídos y a la retirada de “símbolos franquistas”.
Con respecto al primer punto, entiende Arturo Peinado, representante de Foros por la Memoria, que el Valle de los Caídos “se ha convertido en el gran monumento nazi de Europa”, donde se producen “concentraciones fascistas a modo de misas” a las que acuden “fascistas de todo el continente” a “exaltar el fascismo”. Más moderado, Emilio Silva, presidente de ARMH, denuncia que en Cuelgamuros “se permite cierta exaltación del franquismo a través de la práctica religiosa y se oculta la tragedia de los miles de esclavos políticos republicanos que fueron obligados a construirlo”.
Las palabras del señor Peinado parecen propias del hincha furibundo de un equipo de fútbol calificando la actuación del colegiado de turno y no dejan de ser la repetición de ciertos clichés propagandísticos. La constante utilización de la palabra fascista no pasa de ser publicidad hueca, la asociación de concentraciones fascistas y misas tiene un deje claramente falsificador y calificar un lugar de culto religioso como “gran monumento nazi” demuestra una ignorancia tremendamente atrevida.
Mayor respeto me merecen las palabras del señor Silva, aun entendiéndolas equivocadas: hablar de miles de esclavos políticos en absoluto se ajusta a la realidad histórica. Por otra parte, no creo que se oculte nada que pueda ser utilizado contra el franquismo, sino todo lo contrario. Y llegado el caso, ciertos elementos inventan lo que haga falta: paradigmático me parece el caso del gran Paul Preston, en ejercicio alucinatorio no excepcional en él, fantaseando con que Franco encerraba a los hijos de republicanos en cuartos oscuros y les obligaba a comer ¡su propio vómito!
En lo referente a la retirada de “símbolos franquistas”, se lamentan los representantes de las citadas asociaciones de que siga habiendo calles, plazas y demás cuyas denominaciones son “exaltaciones de la dictadura”, y acusa el señor Silva a los poderes públicos de “doble moral” al vivir en un estado que “cierra locales por exponer fotografías de ex presos de grupos terroristas y al mismo tiempo permite plazas, fundaciones y calles dedicadas a asesinos de decenas de miles de civiles”.
La comparación me parece tremendamente desafortunada. El haber ejercido responsabilidades públicas durante la dictadura franquista o haber simpatizado con la misma no implica el tener las manos manchadas de sangre o ser un vil terrorista. Así, calificar de “asesinos”, por ejemplo, a Agustín de Foxá, Salvador Moreno o Sánchez Bella no deja de ser indigno y despreciable. Sin embargo, en lo de la doble moral no va desencaminado el señor Silva, como bien demuestran los casos de Carrillo nombrado hijo predilecto de Gijón o La Pasionaria dando nombre a numerosos centros educativos, sin haber aportado más méritos en ambos casos que sus irrefrenables ansias de sangre y la defensa de las más férreas dictaduras que ha padecido la humanidad.
Creo que bien está que se localice a todos aquellos asesinados que yacen de forma anónima y ultrajante en las cunetas para que reciban digna sepultura y por fin puedan descansar en paz al tiempo que sus familias recuperan la tranquilidad. El resto, de Memoria Histórica tiene bien poco; lógico por otra parte al partir de la tremenda falacia que supone el presentar la Guerra Civil, asumiendo de forma acrítica la propaganda marxista de los años 30, como una lucha entre fascismo y democracia: si en un bando los fascistas eran pocos, en el otro los demócratas eran aún menos.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 29 de diciembre de 2010
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