Con aroma a inocentada, que para eso es el día, insertamos en Batiburrillo un artículo de Demetrio Peláez Casal aparecido en las páginas de El Correo Gallego. De ser cierto lo que se cuenta en el artículo, es decir, el desconocimiento por parte de los gallegos del personaje Apalpador, nos hallaríamos ante una nueva invención (o si se quiere rescate de un mito) destinada a darle alguna solidez cultural a otra patria de diseño. Eso sí, la exhumación del Apalpador es un asunto en lo que estaría bastante de acuerdo el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Galicia.
Ya dirán nuestros lectores gallegos si el Apalpador es un personaje popular o, por el contrario, pocos han oído hablar de él como afirma el autor del artículo. Vea el artículo a continuación:
Artículo
Pues eso, que algunos ideólogos del sector nacionalista -digamos separatista, porque los nacionalismos sensatos siempre son necesarios- andan por ahí haciendo patria gallega a base de promocionar a un fulano denominado el Apalpador, al que quieren convertir en una especie de Melchor autóctono. El citado jicho, según dicen, forma parte de la cultura popular gallega y afirman también que son muchos los paisanos del rural que desean recuperar la figura de este ser montuno y lleno de roña, que al parecer en Navidad bajaba de las montañas para palpar las barrigas de los niños y dejarles de regalo unas castañas.
Si la iniciativa de resucitar al Apalpador tuviese por objetivo impedir la muerte de una entrañable tradición gallega, miles de personas, seguro, se hubiesen volcado en tan noble objetivo. A nadie con dos dedos de frente, sea del color político que sea, le gusta perder lo que pertenece a su cultura y viene marcado a fuego en el ADN de muchas generaciones. Pero los escépticos nos tememos muy mucho que los tiros no van por ahí y que el trabajo a favor de dicha resurrección apalpadora no es ni limpio ni inocente, sino impulsado por la a veces neurótica necesidad que tienen unos pocos de marcar diferencias con el resto de españoles y desunir lo que, con los lógicos roces que surgen en cualquier familia, lleva muchos siglos unido.
Para ahondar un poco en el tema, algunos nos hemos preocupado de preguntar a los más viejos de nuestros clanes, procedentes tanto del campo como de la ciudad, si recuerdan aquellos supuestos tiempos felices en los que un tipo desaliñado les tocaba la bartola y les regalaba castañas, y todos afirmaron no tener ni repajolera idea de semejante tradición. Es posible que tanto ellos como sus padres y abuelos estuviesen ya seriamente manipulados por el represor Estado centralista, pero lo cierto es que, cuando eran niños, la única fiesta navideña que celebraban con regalos de por medio era, como ahora en la inmensa mayoría de los hogares, la de los Reyes Magos, aunque de una forma mucho más humilde. Hurgando más en la memoria de los más viejos del clan, el único ser que comparan lejanamente con el Apalpador es el ratoncito Pérez, un fulano más discreto que al menos no toca la barriga a nadie.
Visto lo visto, que cada cual piense lo que quiera, pero algunos lo tenemos muy claro: el Apalpador es, en realidad, un tocahuevos o apalpamelindres que tan solo desea cargarse a los Reyes Magos. Y lo tiene crudo. Muy crudo.
Presentación e imagen: Policronio
Autor artículo: Demetrio Peláez Casal
Publicado el 28 de diciembre de 2009
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