viernes, 12 de octubre de 2018

La pandémica pijiprogrez


Los que me conocen saben que de los viajes me gusta disfrutar de la arquitectura e ingeniería locales, o sea, de los edificios, carreteras y puentes que son capaces de ingeniar y construir los lugareños. De los bares y restaurantes, fundamentalísimo,  y sobre todo, de mirar a la cara del gentío, que es el espejo del alma popular, nacional o como quiera que pueda decirse. Y en Bangkok no podía ser menos.

Y la expresión general de la cara de los bangkokianos es la de total ausencia de esperanza de vivir de una subvención, o dos, adornada con una sonrisa encantadora y sugestiva que no he visto en ninguna parte, aunque pierdan en el regateo, que con los españoles medios moros y medio judíos lo llevan claro. 

Será por ello que la cara de los citados es la cara de los que se ven obligados a buscarse la vida, todos los días, a todas horas. Por cierto, esto es para mis queridas  feminazis y de las otras: en los albañiles trabajan tanto ellas como ellos, no como aquí, que todas son funcionarias, oficinistas o empleadas del comercio.

El caso es que a la mayoría de la gente se la ve feliz, cosa incomprensible para un europeo mimado y esquilmado por  el Estado omniprotector. Y decir “a la mayoría” lleva implícito que ese estado de cosas no gusta a ciertos individuos, los que nunca sonríen. Y cuando lo hacen es motivo de diarrea en su interlocutor.

Sucedió en las inmediaciones de uno de los innumerables rascacielos de Bangkok, que alberga las oficinas centrales en la zona de unas cuantas multinacionales, cuando observamos a un grupo de bienalimentados y vestidos de marcas “buenas”, clamando por la llegada de la revolución marxista-leninista. Ni corto ni perezoso, teniéndolo por cosa muy original, me acerqué a uno de ellos y le pedí un autógrafo. El muchacho, sorprendido por mi petición, me preguntó de dónde venía, a lo que contesté con la retahíla de costumbre: España, La Mancha, Don Quijote, Real Madrid, Messi, etc.. , ante lo que el citado reaccionó tímidamente.

Viendo el panorama, y echando el cuarto a espadas le susurré “Zapatero”, ante lo cual me vi obsequiado con una amplia sonrisa de satisfacción, que me provocó la primera y última diarrea sufrida en tierras asiáticas. De modo, que  no sé a qué espera la Organización Mundial de la Salud para declarar la pijiprogrez como una pandemia. Más peligrosa que las gripes aviar, porcina, caprina, ovina, equina y coleóptera juntas, que ya es peligro.

Ni que decir tiene, que en acto de desagravio, buscamos el mejor restaurante de la zona y pedimos el menú más caro. Por joder y por poner en circulación el mayor número posible de billetes, a la mayor gloria del capitalismo benefactor.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 19 de julio de 2007

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