Los profesionales de la cosa se pasan un atentadito con un par de muertos y dos decenas de coches chamuscados, además de dos fachadas perjudicadas, por el mismísimo forro de los caprichos: es muy fácil matar, vamos a pillar a estos cabrones, se van a pudrir en la cárcel, por mis huevos, etc.
Pero que te pongan doscientos muertos en la Capital, en un atentado diabólico, utilizando mochilas bomba, a plena luz del día, a tres días de unas elecciones generales, donde el partido de tu gobierno puede renovar mayoría absoluta, mientras tú te comes el marrón de tu ineficacia en la más miserable autocomplacencia, es demasiado para tu estabilidad personal, familiar y dineraria. A un funcionario de toda la vida no se le hace esto.
Al funcionariado tipo caracol, o sea, cornudo, baboso y arrastrao, que le han jodido la medalla, la pensión y otras gabelas le suda la polla quien haya sido, mientras no afecte a su negociado, y al politiquillo mendaz, de medio pelo y media carrera y con aires de grandeza, menos.
ETA o Al-Qaeda, esa era la cuestión, por encima, o por debajo, de otras posibilidades que pudieran ser calificadas de conspiranoicas, sino fuera porque lo que vino después, por lo que pasó antes, da pábulo a todo tipo de hipótesis nada descabelladas.
Sí hubiera sido ETA, tanto perjudicaba al Gobierno como a la oposición. Al Gobierno, por el pavoneo de que estamos a punto de acabar con la banda y la banda nos ha metido el titadyne en Atocha, a la oposición, porque su socio Carod en el granero catalán andaba en tratos delictivos con la banda. Si hubiera sido Al-Qaeda, je, je..
El ambiente propicio para el funcionario caracol: está visto que no se trata de buscar a los culpables del atentado, sino de salvar el culo. Todo lo demás es de sobra conocido.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 13 de marzo de 2010
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