En la anterior entrega se destacaba la tramposa inclusión en nuestra Constitución de dos cuestiones muy poco claras, merecedoras entonces de un referéndum por separado, sobre las que ahora ya es posible contar con la certidumbre de que ambas instituciones —Monarquía y Comunidades Autónomas— suponen en la actualidad sendas rémoras o inconvenientes para que vivamos en una España más libre, justa, equilibrada e igualitaria, en el sentido de igualdad de oportunidades para todos. Las características citadas, que bastaría simplificarlas en una sola palabra: justicia, son cualidades democráticas que en nuestra patria van desapareciendo o atenuándose de legislatura en legislatura, muy especialmente en algunos territorios, sin que nadie haga nada para evitarlo.
Del ciudadano Borbón se ha hablado bastante en este blog, así que me limitaré a destacar lo que me parece su absoluta inoperancia, quizá interesada, en el papel moderador que la Constitución le reserva. Un papel igualmente ambiguo, como la propia Carta Maga, si bien precisamente por ello con bastantes posibilidades de influir para bien en lugar de acogerse al verlas venir y que sea lo que Dios quiera con tal de seguir en una jefatura del Estado de tipo florero que, eso sí, lleva aparejado un alto ritmo de vida —y lujos— para toda la familia del monarca.
Pero quizá lo peor, lo más lamentable en este asunto de la Corona, es la interposición que practica el régimen zapaterino con la figura del rey, a fin de lograr el control sumiso del Ejército. Diríase que Zapatero le ha pedido al monarca que se pasee a menudo por los cuarteles y les vaya pidiendo a los militares que sean unos nenes buenos por más atropellos a la patria que observen surgir de este Gobierno. Y a ello parece que se dedique el Borbón, lo sabe cualquiera que conozca sus numerosas visitas a los acuartelamientos y bases militares o haya oído alguno de los discursos que en tales centros pronuncia.
De las Comunidades Autónomas casi bastaría con una frase: España no puede permitírselas sin perecer. Ni económica, ni política, ni moral, ni territorialmente son viables si es que pretendemos darle continuidad a nuestra única Nación: la española. La existencia de las CCAA, cada vez más derrochadoras, injustas y antidemocráticas, cada año con más resabios como consecuencia de que algunos de sus gobiernos llevan lustros sembrando el odio hacia todo lo español, son la causa principal de la enorme crispación política que vivimos, con los ciudadanos enfrentados en dos bandos, y el origen del chantaje que los partidos nacionalistas han venido sometiendo al Gobierno de España, fuese el que fuese.
Aseguraría, pues, que las CCAA representaron el fruto agusanado de unos mal denominados “padres de la patria” —fruto echado a perder casi de inmediato—, entre los que se estableció una clara dualidad de conductas: la ingenuidad de los más y la desaprensión de los menos. Hoy es fácil afirmarlo, lo admito, pero unas Cortes Constituyentes, con una Comisión al efecto cargada de asesores, podrían haber tenido en cuenta que desde los tiempos de las taifas nunca ha funcionado el “todo vale” ni el “cojo estas competencias a cuenta”. Somos una nación secularmente codiciosa, a título individual, y estamos demasiado interesados en el “qué hay de lo mío”, frase que definiría casi a la perfección la mentalidad de los gobiernos regionales. Todos.
Luego seguimos en la trampa laberíntica del ratoncillo y solamente la llegada al poder de un partido dispuesto a someter a referéndum las dos cuestiones citadas —entre otras—, llegada nada fácil si se tiene en cuenta el actual régimen oligárquico, podría despejar nuestro futuro como nación unitaria y realmente democrática, que contase con una inexpugnable separación de poderes.
Me conformaría, incluso, con que no fuese un nuevo partido el llamado a sacarnos de la trampa, sino que de la misma forma en que un inconsciente accedió al mando del PSOE y otro tanto a la presidencia de los populares, tras la primera gran derrota electoral de cualquiera de esas dos formaciones llegara al Gobierno una persona capaz de tener en cuenta los intereses generales de España, dispuesto a obrar en consecuencia -rodeándose de un equipo adecuado- y comenzar a enjabonar la podredumbre política que nos envuelve.
Autor: Policronio
Publicado el 9 de enero de 2009
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