domingo, 2 de septiembre de 2018

Teoría de los marxistas y las flores del Ártico

Magnolia ártica.

El "mejor" argumento del bueno de Saramago en apoyo del “calentamiento climático” (sic) lo he descubierto a través de un artículo de mi colega Carlos J., que es el guasón más rápido y cachondo a este lado del río Pecos  —espera, Carlos J., que me río un poco con lo que se te ha ocurrido escribir y ahora vuelvo: ¡ja, ja, ja!—. Bien, pues el enlace del artículo de Carlos J. me ha llevado a leer otro de Saramago (paso de poner el enlace), que en su deseo de afear lo que él considera la incredulidad de algunos —no se priva de dar nombres y apellidos de gente del PP— respecto a la doctrina oficial de la izquierda sarmentosa, que es la suya, nos ofrece el razonamiento definitivo para que aceptemos su postura: “No importa que un día de estos comiencen a nacer flores en el Ártico”.


Sabes qué, so Nobel, ¡ya nacen flores en el Ártico!, sucede desde hace siglos. Cada año florecen rosas y magnolias en Groenlandia y buena parte del Canadá, entre otros países cuyos territorios se encuentran total o parcialmente dentro del Círculo Polar Ártico. ¡Ah!, ¿que te referías al polo polo por la gloria de tu madre? Pues no, ahí jamás nacerán flores, al menos terrestres, porque si se llegara a derretir el hielo del Polo lo que quedase sería puritito mar. No, ahí, en medio del mar no nacerán flores, nacerán alcornoques, una especie que es poco probable sea catalogada como en extinción, a juzgar por su abundancia vegetal y a veces animal. No sé si se me entiende bien el “piropo” que te dedico.

Rosa ártica.

Al efecto, recordemos que la ideología de Saramago es la misma de los izquierdistas de siempre, la marxista, solo que sus interesados adeptos de hoy —de algo tienen que vivir sin trabajar, ¿no, Llamazares?— han cambiado un ismo por otro y lo que antes era comunismo ahora es ecologismo, que al fin y al cabo es una excusa tan idónea como cualquiera, en versión de los totalitarios, para meternos el miedo en el cuerpo a fin de que nos estemos quietecitos y nos dejemos robar la libertad, única meta que siempre han pretendido los marxistas de todos los tiempos.

Con una particularidad: años atrás, en cada uno de sus planes quinquenales, los soviéticos aseguraban que al finalizar tal o cual año superarían en bienestar a los Estados Unidos, lo que no sólo se incumplió invariablemente ante la desesperación del dictador de turno, sino que la brecha iba haciéndose más profunda entre la miseria del socialismo real y la riqueza de las naciones libres. Hasta que llegó un momento en que a los del Politburó se les vio demasiado el plumero y encima la gente comenzó a pedir pan. Y claro, el Muro a tomar por saco, con perdón.

Pero a grandes males… grandes remedios neomarxistas, de modo que si el “paraíso” comunista prometido llevaba implícita una fecha de caducidad relativamente breve, que se alcanzó a principios de los 90 con la desaparición de esa URSS que no logró sacar el pie del lodo, y que apenas supuso 70 años de mamandurria izquierdosa para sus liberticidas dirigentes, de lo que ahora se trata es de usar la misma y farsante lucha de clases, si bien añadiendo el temor que supone el fin del mundo como consecuencia de nuestros graves pecados ecológicos, lo que permite desplazar esa meta a varios siglos vista para seguir viviendo del cuento. “Haced lo que nosotros decimos o el mundo perecerá antes de 500 años”. Póngase la cifra que se quiera, es igual, se manejan docenas de ellas. “El efecto invernadero hace subir la temperatura del aire en 0,2 grados centígrados cada lustro”. ¿Dónde, cómo se ha medido, con qué instrumentos, son de la misma precisión, qué ciclo climático contempla esas mediciones? 

Pues mirad, monines, cualquier profesional de la Meteorología con dos dedos de frente sabe de sobras que el clima de la tierra tiene un único motor: la actividad solar, que dependiendo de sus ciclos más o menos activos determina, a su vez, episodios igualmente cíclicos de frío o calor, de humedad o sequedad, en zonas concretas de nuestro planeta. Lo demás, son teorías destinadas a los crédulos. Suerte que en el Sol aún no podéis hincar vuestras zarpas, de lo contrario aviados estábamos.

Y finalmente, claro está, los malditos capitalistas no tienen otro empeño que ser las personas más ricas del cementerio, de ahí su deseo fervoroso de acabar a toda costa con el planeta sin tener la más pequeña consideración hacia sus propios hijos.  

Autor: Policronio
Publicado el 25 de septiembre de 2008

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