Las elecciones generales se producen normalmente cada cuatro años —Perogrullo dixit—, con una campaña electoral que suele ser de 15 días, salvo cuando el PSOE estaba en la oposición, que las campañas duraban un mínimo de dos años con manifestaciones callejeras cada semana.
Como es lógico, muchos ciudadanos hemos decidido con bastante antelación el partido que recibirá nuestro voto. De ahí que las encuestas, si no son demasiado tendenciosas por tratarse de un encargo, anticipen una idea aproximada de por dónde se mueven las preferencias electorales de los españoles. Es más, algunos acontecimientos de enorme trascendencia, caso de los atentados del 11-M en 2004, pueden ser lo suficientemente significativos como para cambiar la vida política de nuestra nación. Es decir, ni siquiera en las situaciones más decantadas cabe darlo todo por seguro. Quizá por este tipo de razones se introdujo en la ley electoral el día de reflexión.
Pues bien, el grupo parlamentario socialista, en una de esas iniciativas destinadas a la era del “todo vale”, ha decidido excluir el período de reflexión de la futura ley del aborto. De tal modo que cuando una jovencita llegue vacilante a la clínica abortista de turno —y digo lo de jovencita por ser más proclive a actuar a la ligera— se dará por hecho que su decisión de abortar está lo suficientemente meditada. Así, la persona que la atienda, que por ley debería ser un psicólogo aunque en muchos casos no lleguen ni a verlos, en cumplimiento de la nueva normativa jamás le dirá: “reflexione sobre una decisión tan importante y vuelva por aquí dentro de dos semanas si sigue pensando igual. Es la ley”. De ser posible la reflexión, estoy convencido que un alto porcentaje no volvería. Circunstancias no sopesadas, no necesariamente de enorme trascendencia, quizá le hiciesen renunciar a la jovencita de su intención inicial.
La portavoz socialista en la Comisión de Igualdad —hay que reconocer que no carece de ironía el nombre de la comisión, especialmente si se considera el derecho a la vida—, una tal Carmen Montón, declaró ayer que “no es necesario” incluir en la nueva legislación un periodo de reflexión de una o dos semanas para que las mujeres que deseen abortar sopesen su decisión. O sea, que los legisladores socialistas “van por faena” en este caso del aborto libre, como en tantos otros casos —y luego alardean estos “Pinochos” de buscar el consenso—, y le cierran el paso a un posible cambio de opinión acerca de una decisión tan trascendente como es la de acabar con una vida en ciernes. En resumen y para entendernos: Ni siquiera aceptan darle la misma importancia que al acto de introducir el voto en una urna. Y además esta señora Montón —del más puro montón— tiene la caradura de decirnos que “es falso que las legislaciones influyan en el aumento o descenso en el número de interrupciones”.
Autor: Policronio
Publicado el 13 de diciembre de 2008
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