Hasta el propio Ibarretxe asume la derrota cuando manifiesta, con ese instinto totalitario que ha caracterizado desde hace más de un siglo a los miembros del PNV, que “Seguiremos dirigiendo este país, sea desde donde sea”, lo que en su caso solamente podría llevarse a cabo si se organizaran como una especie de mafia siciliana o calabresa, que en lugar de engullir espaguetis a todas horas se decantase por el bacalao al pil pil, dispuestos a reconquistar el poder entre arengas de lo bueno que fue cualquier tiempo pasado y, a la par, mediante llamadas telefónicas en las que se asegurara que “tengo una oferta que no podrás rechazar”. Lo que de inmediato despertaría la carcajada al otro lado de la línea telefónica.
Francamente, uno no es capaz de intuir que gente tan burguesa como la peneuvista, que ha venido disponiendo de esbirros incluso para que le agitaran el árbol, ahora decida atrincherarse sable en mano en las cajas de ahorros o en las tres cadenas de la televisión vasca, donde les aguardarán sus últimos fideles. Eso sí, Ibarretxe solloza a moco tendido sobre esos 80.000 votos nulos que le hubieran dado varios diputados a los filoetarras, y en consecuencia reafirmarle a él en el cargo, pero el muy infame no dice nada de los más de 200.000 exiliados que su apestoso régimen ha ido expulsando de las listas del censo y de la propia región, lo que sin duda alguna hubiera supuesto, de haberse mantenido en el País vasco semejante número de votantes no nacionalistas, una caída muy anterior de la mafia del PNV.
Y es que ahora se ha sabido que Zapatero, a través de una conversación telefónica con la cúpula nacionalista, llegó a decirles que “el PNV tiene que saber estar en la oposición en Euskadi después de 30 años gobernando”. Una respuesta que no se sabe demasiado bien a qué política de fondo obedece, porque en ZP hay que dar por supuestas tanto la mentira como cualquier tipo de maquinación, pero que inicialmente nos viene como anillo al dedo a los que deseamos que en el País Vasco comiencen a abrirse las ventanas y escampe al fin al aire putrefacto de sus instituciones.
La gente como Ibarretxe es incapaz de asumir dos realidades: 1) Que el nacionalismo ha supuesto la peor enfermedad posible para el País Vasco —o cualquier otro territorio donde se haya asentado—, una enfermedad degenerativa que en primer lugar ataca gravemente el órgano principal en una democracia, la libertad, y por lo tanto mantiene postrado al cuerpo ciudadano y lo incapacita para las grandes metas que todo colectivo debe fijarse. 2) Que cualquier régimen político de carácter despótico, y el del PNV ha sido de los más radicalizados en tal aspecto, dispersa de inmediato a sus miembros, es decir, los pone en fuga, en cuanto éstos intuyen que comienzan a cerrarse las puertas del pesebre. De modo que no sería nada extraño toparnos en poco tiempo —apenas en unos meses— con el clásico taliboina que ha venido votando al PNV durante varias legislaturas, porque así le convenía a su negocio o a su nómina, y que ahora se proclama demócrata españolista de toda la vida.
Lo vimos en la Transición, tras la muerte del general Franco, cuando los más conspicuos hijos del régimen —casos de Polanco o Cebrián, entre otros muchos— se declararon luchadores antifranquistas desde siempre. Incluso lo seguimos viendo en nuestros días, cuando el ya ex ministro Bermejo, hijo de un alcalde y jefe local del Movimiento, hizo la más completa exhibición de cinismo y aseguró hace poco que “primero luchamos contra los padres y ahora lucharemos contra los hijos”. Pues bien, si se aplica el axioma, la condición humana debe llevar a miles y miles de vascos paniaguados por el nacionalismo —igual que ocurrió hace 34 años en toda España— a practicar la nueva profesión de fe en el cambio de régimen. Ojo, es cuestión de supervivencia, que nadie vea un reproche hacia nadie. Es más, algo así ocurrió tras la caída del nazismo, el fascismo y el comunismo. Y sucederá igualmente cuando el tiránico régimen castrista pase a mejor vida.
Autor: Policronio
Publicado el 13 de marzo de 2009
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