miércoles, 12 de septiembre de 2018

En el imperio franquista no se ponía el Sol


Imperio de Felipe II.

Una de las cosas que con más orgullo profesoral se nos enseñaba en el colegio era lo de que en el imperio español nunca se ponía el Sol. Y vive Dios que era cierto: de Filipinas a California. Y lo cierto es que escuchar aquello no era el mejor sustitutivo del jamón y la leche, pero ayudaba a sobrellevar la situación de estrechez, propiciada por las circunstancias.


Porque Franco también tenía sus circunstancias. Y además del poco pan y mucho circo, Real Madrid y el Cordobés, aprovechados para el disimulo de aquellas, se pretendía enorgullecer a la población con las glorias pasadas. No como sus herederos socialistas, que empezaron por llamar facha a Fernando el Católico y han acabado destruyendo las estatuas de su mentor y causante, a la sazón proveedor de estancos y oficinas de lotería de la prole vencedora. Z, salude su Excelencia a su suegra de mi parte.

Pero, hete aquí, que cuando ya pensábamos que el imperio español se vino definitivamente abajo con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, la Excma. Sra. Ministra de la Mala Educación, viene a sacarnos del error, confiriendo la condición de español del imperio a treinta o cuarenta circunstanciales residentes, de origen en medio mundo.

El caso es que, ya sea por la positiva influencia del brazo incorrupto de Santa Teresa o ya sea porque Franco los tenía cuadraos -algo de eso debe haber, cuando murió en su cama, ¡con la cantidad de antifranquistas que habitaba la península ibérica y adyacentes!- el imperio franquista también gozó de la condición de más soleado. 

Y así debe ser, cuando la Excma. Sra. Ministra dice lo que dice, teniendo en cuenta que casi la mitad de los asesinos del sexo débil, físicamente, advierto, son nacidos allende nuestras fronteras, reconocidas internacionalmente.

No obstante, lo que más me cabrea de esta situación, es que estas piji-progres intenten resolver sus traumas infantiles, a costa de nuestra tranquilidad espiritual. O sea, que pretenda que los machos domesticados del común, de ahora, le pidamos perdón a su Excelencia porque su querido papi fuera un hijo de la Gran Bretaña, de los de antes.

Y por si no lo sabe la Ministra y toda la calaña que le acompaña, en tiempos de su causante político, sí había algo que los varones tenían muy claro, era que aquel que osara ponerle la mano encima a su mujer era un hijo de la gran puta, por parte de madre y un cabronazo, por parte de padre. ¿Está claro? Pues eso.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 3 de diciembre de 2008

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