Es inevitable que cuando se entra a valorar, tanto desde el punto de vista jurídico, como político, el caso de Emilio Gutiérrez y la taberna etarra, se traiga a colación por el malintencionado y manipulador de turno el tema del GAL, pretendiendo establecer una identidad entre el comportamiento del primer gobierno socialista del 82 y el del joven, cuyo domicilio fue destrozado por los asesinos etarras, los de las pistolas, acto jaleado por sus cómplices y colaboradores, en las mismas narices de las víctimas.
Y así, la discusión que principia pretendiendo que en el comportamiento del muchacho puede concurrir alguna de las eximentes completas o incompletas establecidas en los artículos 20 y 21 del Código Penal, trastorno mental transitorio u obrar presa del arrebato u obcecación, respectivamente, termina como el rosario de la aurora, cuando el de turno suelta lo de siempre: como Emilio, con el GAL el gobierno socialista actuó en legítima defensa, pervirtiendo completamente la institución.
La legítima defensa, en lo que nos ocupa, es el instrumento con que cuentan los ciudadanos, sólo los ciudadanos, para proteger su persona y bienes, en un momento, lugar y situación concretos, cuando y donde el Estado no puede hacer absolutamente nada para protegerlos. La legítima defensa es una institución jurídica y el ciudadano que se ve compelido a utilizarla en la situación que sea, y dentro de los márgenes que marca el Derecho Penal, merece la protección del ordenamiento jurídico, previo examen de las circunstancias que concurren, como no podía ser de otra forma.
Por el contrario, no puede defenderse con seriedad, que el comportamiento de los altos cargos del gobierno socialista, que organizaron, financiaron y dirigieron el GAL, y de paso, se lucraron ilícitamente, pueda encajar en el instituto de la legítima defensa, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid.
Pero si ello es síntoma de absoluta indecencia, no lo es menos la reacción de ZP ante el hecho que nos ocupa: "bajo ningún concepto podemos dar respaldo" al joven en cuestión.
Lo cierto es que dudo mucho que el joven Emilio estuviera pensando en el respaldo de ZP, cuando, trastornado u obcecado, la emprendió a mazazos con la taberna de los etarras. De lo que no tengo ninguna duda es de que Emilio y el resto de ciudadanos, jamás dejaremos de acordarnos del trato recibido por el asesino de Juana y su amigo Otegui, por parte del gobierno, o lo que sea eso que preside, y por él mismo.
No puedo acabar este escrito sin manifestar mi total apoyo a Emilio Gutiérrez en estas circunstancias. El calvario que le espera, rodeado de la jauría etarra, no se le va a olvidar en la vida. En ello están empeñados “los hombres de paz”.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 28 de febrero de 2009
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