No recuerdo ningún Madrid-Barça en el que no hubiera pasado lo que tenía que pasar, o sea: que ha ganado quien tenía que ganar, que el que suscribe y los de alrededor cenamos más de la cuenta y que, tras el riego de rigor de las abundantes viandas, se ponía a caldo al gobierno de turno, por no decretar la repetición del partido, al menos, durante un mes. Petición clamorosa, como es obvio, procedente de la afición ganadora.
Y hoy no va a ser menos. Aunque la explicitación de la afición de los políticos chupópteros, e identificados sin vergüenza con los colores de turno, matiza bastante las inclinaciones. O sea, que de nuevo, desde la toma del poder por la radicalidad sociata-adolescente, habremos de clarificar las posturas: Z no es del Barça, es del tripartito y el del bigote no es del Madrid, le falta categoría. Cosas de la pluralidad y biodiversidad político-futbolera.
Todo ello por supuesto, con ánimo de desbrozar lo obvio: que la política y sus ladrones de ilusiones es lo de menos y que la geometría semanal del colorido es lo de más. Un cinco cero te asegura la tranquilidad y la innecesariedad de acudir a las salidas por la tangente de las nueve copas de “uropa” de los merengues y en otro caso, nos ahorraremos las arcotangentes helicoidales del logaritmo de cero de porque no se fichó a la Saeta Rubia, en un contexto descontextualizado de la raíz cuadrada del 27. Gilipolleces.
O sea, que vamos a disfrutar durante dos horas del más meridiano de los eclectismos: once trabajadores contra once, para disfrute del pueblo en general, y/o veintidós renegados rentistas ignorantes de las consecuencias sobre el cambio climático, que provoca el atasco fenomenal a las puertas del aparcamiento del estadio. Con un par.
Bueno, que gane el Barça y que sea lo que Dios quiera. Que por supuesto, es azulgrana.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 13 de diciembre de 2008
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