Hay quien dice que la siesta va a menos. ¡Lo dudo! |
Echo en falta, en los blogs dedicados a despreciar olímpicamente el fiestorro desvergonzado del COI en Pekín, un buen listado de actividades sustitutivas de la mera contemplación de las nadadoras en trance de darse un bañito en la piscina, en la que dentro de veinte días, como mucho, las autoridades chinas van a remojar a los revoltosos, con par de bolas de plomo atadas a los pies, mientras les ponen a toda pastilla los discursos más floridos de María Antonia Iglesias y Enric Sopena, para que aprendan a comportarse como es debido. A los más recalcitrantes se les obsequiará con la lectura de los post completos de Pepiño Blanco, como ya habrán intuido los más sagaces.
Es por ello, que no tengo por menos que proponerles, a la par que ilustrarles, con ánimo de distraerles de la olímpica desvergüenza, la práctica del deporte más antiguo y sano de la historia: la siesta. Y digo lo de antiguo, porque, como ustedes sabrán, ya se practicaba con inusitado esmero en el Arca de Noé, donde no había otra cosa que hacer que esperar a que escampara y lo de sano, porque no se conoce a nadie que se haya jodido los isquiotibiales, mientras cambia de perfil con ánimo de planchar la oreja, ora la derecha, ora la izquierda.
Como para el menester que nos ocupa no es suficiente la proposición sin ilustración, me permito exponerles brevemente las distintas modalidades de siesta, que se corresponden con las distintas horas del día y que ustedes habrán de tener cuidado de hacerlas coincidir, ya sea con las retransmisiones en directo, ya sea con los amplios resúmenes, con que justifican el sueldo los enviados especiales, con traje de becario.
Y así, tenemos: “La siesta de refracción”. Es la que sucede al momento de cabreo que suele arrebatarnos cuando la parienta, o el pariente, se levanta a destiempo y haciendo más ruido del necesario en busca de la pantufla perdida. Si de todas formas tenían pensado levantarse cinco minutos después, nada mejor que una cabezadita de media hora en acto de desagravio. Gasol y sus chicos lo entenderán.
La ”siesta del bebé”. Dícese de la que se disfruta en los momentos posteriores a un desayuno más copioso de la cuenta y muy propio de las vacaciones veraniegas. No es conveniente alargarla más de una hora. Más que nada, porque luego se amontona el trabajo y se suele llegar tarde a las cañitas de mediodía, lo que en agosto es pecado mortal. Y no se preocupen, Nadal lo entenderá.
La “siesta del carnero”. Es la que goza de peor prensa entre los cocinillas puristas, pues es costumbre practicarla justo en la hora que antecede a la comida del mediodía. Si fueran capaces de soñar con Sharapova, no echarán de menos a María Escario, contándoles la última hazaña protagonizada por un perfecto desconocido en la modalidad de tiro con arco.
La “siesta clásica”, la de después de un almuerzo como es debido, y a su vez dividida en tres modalidades:
-“En sillón”, de quince a veinte minutos de duración. No es aconsejable a los efectos pretendidos, pues puede despertarse sobresaltado con el grito de un energúmeno que acaba de rebajar en media centésima no sabemos qué marca mundial de todos los tiempos, en un deporte que practican él y cuatro de sus amigos más cercanos.
-“En sofá”, acompañada de la clásica visión del cocodrilo que se come a la cebra. Se corre el peligro de que cuando la prole advierta su estado de somnolencia irreversible, aprovechen para boicotear el boicot del señor padre o de la señora madre, deporte preferido entre los adolescentes de toda clase y condición.
Y por último, la fetén, aquella que se practica con pijama y orinal y cuya duración va de las tres a las cuatro horas. Para empezar, se pierde uno las competiciones de última hora, los resúmenes, los resúmenes de los resúmenes y las previas del día siguiente. Además, les permitirá aguantar despiertos mientras en China duermen, lo que tiene como consecuencia, que cuando comiencen las retransmisiones a las tres o las cuatro de la mañana, ustedes estarán acostándose, con la plena satisfacción del deber cumplido.
Así es que, ya lo saben, contra los juegos de la vergüenza, siesta disidente.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 12 de agosto de 2008
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