De todo lo que he visto hasta ahora sobre el congreso del PP, que considero de puro trámite y propiciado así por gente poco democrática al no haberse mantenido ninguna opción para disputar la presidencia del partido, tres son los detalles que más me han llamado la atención: La presencia de Rodrigo Rato, sobre el que se comentaba que no había sido invitado, lo cual se me antoja irrelevante puesto que como ex ministro posee la condición de compromisario nato. La mención de Ángel Acebes a María San Gil, igualmente de mérito irrelevante en alguien que se marcha, pero digna de agradecer puesto que nada le obligaba a ello y, en tercer lugar, el dato más significativo de todos: La actitud distante de José María Aznar ante los que ya, por distintas razones, huelen a género caducado.
El PP no es Fraga, que fundó un partido de garrafa y encima lo ubicó en un envase con tope electoral. Ni Rajoy es el PP, que lo ha envilecido y probablemente llevado al límite de la escisión, aún latente y a expensas de los siguientes resultados electorales. Tampoco el PP es Gallardón, personaje soberbio y a la par plañidero, siempre agazapado y que concita muchos más odios que amores a causa de su ostensible codicia. Ni siquiera el PP es Esperanza Aguirre, que ha logrado defraudar a una parte de sus seguidores al mirar para otro lado en el bochornoso juicio contra Jiménez Losantos, del que deberá recuperar su estimación si es que alguna vez quiere presidir el partido.
No, ninguno de estos políticos es el PP. Y mucho menos la recién aupada Cospedal, llegada al cargo casi a regañadientes, con el deseo poco menos que exclusivo de salir en los telediarios que no le concede la Televisión manchega, única opción para hacerse algún día con el feudo de Barreda y alojarse allí durante algunos trienios en la Presidencia. Sí, creo que Cospedal ha dado el salto como consecuencia de no haber otro que desease adquirir ese compromiso en tándem con un Rajoy, ahora más relajado sólo en apariencia, al que no obstante se le ve de lejos el código de barras que incluye fecha de prescripción. La Cospedal se ha incorporado, además, a tiempo parcial, es decir, imponiéndole a Rajoy su permanencia al frente del PP manchego, lo que da una idea de la endeble confianza que tiene la señora respecto a la firmeza de su nuevo cargo. Y es que a María Dolores le vale intentar el ascenso en el escalafón, pero ha de evitar prenderle fuego a la nave castellana en la que ha desarrollando su más bonancible travesía.
Quien sí es el PP, en el caso de que una sola persona pudiese convertirse en el símbolo de todo un partido, es José María Aznar, que se hizo cargo de la entonces Coalición Popular cuando la formación no era alternativa de Gobierno. Un PP que reorganizó a conciencia con la inestimable ayuda de Álvarez Cascos, superdotado como Secretario General y luego como ministro de Fomento, y situó en cada demarcación al mejor que pudo hallar, sin preocuparse en absoluto si alguno descollaba o no más que él mismo en la actividad que fuese, que sería el caso de los aciertos económicos atribuidos a Rato. Y así le fue a España durante ocho años, galopando a zancadas al encuentro con los más grandes y acomodados estados. El de Aznar fue un período en el que, con algunos errores importantes como por ejemplo el cese de Vidal-Quadras, la política de nuestra nación iba ascendiendo sin pausa en la valoración foránea y menguando, al mismo tiempo, entre los radicales nacionalistas, que finalmente se echaron a la calle en compañía de dos amorales políticos y crearon artificialmente el baldón que aún pesa sobre Aznar y, con más motivo, acompleja a Rajoy, simple aunque meritorio alguacilillo que no quiere bajarse de la nube.
Pues bien, ese Aznar que sí es el PP ha irrumpido hoy en el congreso de Valencia, donde ha sido aclamado, y se ha permitido el lujo de saludar fríamente a Rajoy, además de no darle la mano a Fraga , decrépito garante de un Gallardón llamado a propinar codazos hasta el infinito y al “apártate tú que me pongo yo”, mientras Fraga lo apoye y a éste se le respete. Pero claro, el respeto hacia un vejete caprichoso como Fraga, que ha pretendido siempre tutelar al teórico líder del partido, no puede ir en detrimento e ingratitud de quien ha realizado la obra más valiosa de los populares: Aznar, único estadista de los presidentes de Gobierno que ha tenido nuestra democracia. Aseguraría que Aznar cree que no falta demasiado para echar por la borda toda su labor de años y supongo que por eso ha comenzado a fijar su posición a la hora de saludar a algunos.
Autor: Policronio
Publicado el 20 de junio de 2008
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