Imagen de Robert Capa: calle de Madrid al inicio de la guerra. |
Cesáreo Silva Bautista
Primo mío, hijo de un hermano de mi madre, al iniciarse la guerra tenía 34 años. Era el más exaltado izquierdista de la familia. En la mañana del 17 de febrero de 1936, tras el triunfo (1) del Frente Popular en las elecciones, vino a nuestra casa y entró canturreando: “Viva el Frente Popular”. No hay duda de que lo hacía a efectos de “trágala”. A pesar de ello, pudo más en él la honradez que las ideas políticas y a poco de iniciada la guerra, al ver las atrocidades de los rojos, tuvo el valor de pedir la baja en Izquierda Republicana, cuyo centro estaba situado en la calle del Arenal, a su iniciación por la Puerta del Sol, acera de los impares. En aquellos días poseer un carné del Frente Popular era una garantía de vida y, por ello, el empleado que tramitó la baja, con ojos como platos, le preguntó la razón de su actitud. Mi primo le dijo que para ingresar en otro partido más avanzado. Si hubiera dicho la verdad, le habrían dado el “paseo”.
Acto seguido, Cesáreo se alistó en una unidad clandestina de Falange y terminó la guerra como subjefe de una bandera, cuyo jefe era Ángel Arche, que a principios de los años 30 había adquirido notoriedad como corredor de Dirt Track. El espectáculo, de carrera de motos (los hermanos Latorre éramos entusiastas de él) lo iniciaba una hija de Ángel, de unos ocho años de edad, que en una máquina adecuada, con su equipo completo de corredor profesional (mono, casco, botas y guantes), daba una vuelta al circuito.
Salvador Silva Garrigós
Hermano de mi madre, el 18 de julio de 1936 tendría alrededor de sesenta años, en aquella época edad avanzada. Por ello, aunque indignado y dolorido por el comportamiento de sus compañeros de partido, “Izquierda Republicana”, no tuvo el valor de darse de baja en él, como sí hizo Cesáreo, y continuó afiliado hasta su fallecimiento, en enero de 1939, pocos meses antes de finalizar la guerra. Murió por tuberculosis pulmonar, probablemente por no poder soportar las penurias a que estaban sometidos los ciudadanos corrientes en la zona roja.
Mi tío Salvador fue a verme un día donde yo estaba refugiado y llegaba indignado, pues había sido llamado a su partido, “Izquierda Republicana”, y le habían encasquetado una pistola, que me enseñó, con la obligación de llevarla siempre encima, “para luchar contra los facciosos” en cuanto tuviera ocasión. Era republicano, pero no un asesino.
Con él me ocurrió el siguiente caso: una tarde, debía ser en diciembre de 1935, antes del triunfo del Frente Popular, estaba yo vendiendo “Arriba” en la confluencia de las calles de Alcalá y Gran Vía, al pie del edificio del El Fénix. A una de las personas que se lo ofrecí, sin haberme fijado previamente en ella, era mi tío Salvador. Creo que se consideró obligado a acompañarme el suficiente rato durante la venta, como para que el jefe de la escolta que yo llevaba se acercase alarmado. Hice la mutua presentación y los dos estuvieron charlando durante largo rato, como buenos amigos.
En su casa, calle Viriato, número 20, de Madrid, estuve escondido unos tres días, en uno de los numerosos cambios de refugio que tuve que hacer.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 7 de diciembre de 2007
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