Carlos Martínez Gorriarán |
La excelente página web de la iniciativa ciudadana ¡Basta Ya! nos ha traído, de la mano de Carlos Martínez Gorriarán, doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco y licenciado en Historia por la Universidad de Deusto, la otra cara de los antepasados del presidente Rodríguez. En un fenomenal artículo titulado "El juego de los abuelos y la Ley de la Memoria", el portavoz de ¡Basta Ya! se pregunta respecto al Presidente del Gobierno de la "Memoria" Histórica: "¿Por qué no habla nunca de ese abuelo paterno alguien tan sinceramente interesado en sus antepasados recientes?".
La respuesta es bien sencilla. Rodríguez Zapatero, yerno de un sargento chusquero que terminó siendo oficial del Ejército franquista, se ha construído un pasado ficticio para dar una imagen de "progre chic" que, como ocurre con casi todos los sociatas, no se corresponde con la verdad. Y además, nos quieren hacer tragar con ricino poco menos que sólo ellos son demócratas pata negra. Lo que ustedes digan, en el nombre de Pablo, de Francisco y de Santiaguito, amen.
Pero, lean, lean a Martínez Gorriarán:
En su blog de ayer, el siempre sagaz y bien informado Santiago González sacaba a colación una oportuna y vieja foto donde puede verse a un caballero que es el mismísimo retrato de don José Luís Rodríguez Zapatero. Faustino Zapatero Ballesteros es el abuelo paterno de nuestro presidente, y de hecho el único que conoció realmente, ya que el materno, como se ha hecho archifamoso, murió fusilado en la guerra civil. Zapatero le da tantísima importancia a la figura de ese abuelo mítico que, con poquísimo tacto para el resto de la humanidad, lo sacó a relucir ante los Pagazaurtundúa como ejemplo de que él y su familia también habían padecido los zarpazos de la condición de víctimas de la violencia política.
Abuelos ausentes y olvidados
¿Por qué no habla nunca de ese abuelo paterno alguien tan sinceramente interesado en sus antepasados recientes? La primera razón, como se documenta en el blog de Santiago, es que este hombre luchó en el bando equivocado, es decir, con Franco y contra la República. La segunda, menos obvia, es que este hombre era un abuelo de verdad, que el presidente trató y conoció (murió en 1978).
Sin entrar para nada en las cualidades humanas de este abuelo, o en la calidad de las relaciones que mantuviera con su nieto, hay algo que llama la atención en todo esto: que el abuelo imaginado es sin duda mejor para su nieto que el abuelo conocido. Nuestro presidente está demostrando que dedica muchísimo tiempo a tratar de dar alguna solidez a ciertas fabulaciones míticas que considera más atractivas que la tenaz, fea e ingrata realidad. Las preferencias presidenciales en materia de abuelos son un ejemplo de aprecio por las fábulas antes que por la realidad, algo no tan raro como pudiera parecer. Lo curioso del caso es que nadie así había conseguido, hasta el momento, auparse a la Presidencia del Gobierno español, y menos todavía aprovechar la ocasión para arreglar a su gusto la historia, sacando del escenario biográfico al abuelo auténtico pero pecador –el franquista- para elevar en su lugar al imaginado y virtuoso.
No hay mucha sutileza psicológica en todo esto: en realidad, parece un juego de sustitución de la historia real de España por una historia imaginada a través del juego personal de los abuelos. El abuelo fusilado encarna a la República derrotada, ciertamente. Es tan desconocido íntimamente para Zapatero como lo es la República histórica derrotada en la Guerra Civil –aunque precipitada a esa derrota mucho antes, entre otras causas por las veleidades revolucionarias del PSOE. Se suele decir que todos los españoles actuales de la generación de Zapatero tienen dos abuelos, uno republicano y otro faccioso (así les llamaba la prensa republicana), pero es falso. Yo mismo tuve dos abuelos republicanos -muy poco significados, es verdad, pero ambos derrotados-, y Rajoy dijo hace poco que él no tuvo ninguno con color político, lo que no es ciertamente menos asombroso.
Pero volvamos a la pretensión de Zapatero de aprobar una ley que, como se va viendo, es una ley de la Memoria Personal Creativa con pretensión de fundar una Memoria Colectiva Oficial a imagen, más o menos, de las preferencias fabuladoras del presidente, que no es poco. Podemos resumir así el intento: el mejor abuelo es el desconocido y muerto, un principio que aplicado a la historia española viene a decir: la verdadera Historia de España es la que nunca tuvo lugar. En esa historia admirable, la República es un régimen virtuoso apoyado por un Pueblo ejemplar y unido que gana la guerra en nombre de la Democracia y de la Justicia a los facciosos armados por Hitler y Mussolini. Que esto nunca haya ocurrido no implica, parece ser, que no pueda ser “conmemorado” como una admirable oportunidad perdida.
Antifranquismo retroactivo
El juego no se limita a disponer de los abuelos. Hace unos días reproducíamos en este periódico un artículo de Mario Sáez de Buruaga, “El color del Presidente”, publicado en El Correo, donde se nos explicaba que el muy antifranquista presidente Zapatero fue un riguroso desconocido en las luchas universitarias de la Transición en la universidad leonesa, donde cursaba sus estudios. Hay que alabar la presciencia del presidente para reservar sus fuerzas e integridad física y moral para gobernarnos en el futuro, en vez de sacrificarse en luchas políticas normalmente de signo muy izquierdista -lo más moderado del panel político universitario de la época era el PCE- y futuro peor que dudoso, pero este reconocimiento a la lucidez no debe despistarnos de que en este caso vuelve a repetirse ese patrón de conducta presidencial observado respecto a los abuelos: del mismo modo en que Zapatero se olvida cuidadosamente de su abuelo paterno franquista vivo para reservar todos sus afectos públicos y vindicativos al atrozmente fusilado abuelo materno, también el presidente elige, treinta años después, la militancia en una izquierda universitaria antifranquista con la que tuvo sumo cuidado de no mezclarse cuando tuvo la oportunidad...
Presentación: Smith
Artículo: Carlos Martínez Gorriarán
Publicado el 31 de julio de 2006
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