César Alonso de los Ríos |
Uno de nuestros comentaristas de lujo, como diría Policronio, ElJinetePalido, nos ha invitado a leer la respuesta que Pío Moa ha dado a César Alonso de Los Ríos en el diario ABC, quien anteriormente había criticado el último libro del historiador vigués afincado en Madrid y que se titula Franco: Un balance histórico (Planeta). La verdad es que el libro no es excesivamente meritorio ni está precisamente muy trabajado, hecho por el cual nos abstuvimos de comprarlo. El libro está hecho para lo que está (para vender), lo cual, naturalmente, no dice nada a favor ni en contra de sus tesis, dado que la verdad de las cosas no está en la profundidad con que se analizan, sino en el discernimiento entre la verdad y la mentira.
Dice lo siguiente Pío Moa:
El punto de vista del historiador
"Es llamativo que entre la abundante bibliografía sobre Franco y su régimen no haya aparecido hasta ahora una obra de síntesis en torno a sus rasgos principales. Eso he intentado hacer yo en mi último libro, y, consciente de los riesgos de las síntesis, he propuesto en él un debate sobre la dictadura por encima de los furores todavía presentes, muchos de ellos artificiosos. Podemos y debemos contemplar con serenidad nuestro pasado.
César Alonso de los Ríos, en un artículo titulado «El gran error de Pío Moa», pone el dedo en la llaga al observar cómo el problema del franquismo es el de la democracia en España. De ahí concluye que mi libro «defiende» al franquismo y constituye una «condena indirecta de la democracia». A su juicio, «una cosa es que el recuerdo de la República y de la guerra llevase a millones de españoles a temer la inseguridad de cualquier cambio político, y otra cosa es justificar el autoritarismo, el desprecio a los derechos humanos y, en definitiva, el sacrificio de la voluntad general a unos intereses personales y de grupo (...) Quiero recordar que la Generación del 36, los Laín y los Ridruejo, los Aranguren y los Tovar, los Areilza y los Ruiz Jiménez, nunca se arrepintieron de haberse adherido al alzamiento porque lo consideraron un hecho históricamente necesario. Lo que nunca justificaron fue la resistencia de Franco y sus sucesivos equipos a encontrar salidas».
Este planteamiento mejora los habituales en el mundillo autodeclarado progresista, tan próximo a los totalitarismos de izquierda y tan empeñado en hacernos comulgar con ruedas de molino tales como las excelencias de la República o la defensa de la libertad por los marxistas, los anarquistas, los racistas del PNV o los golpistas de Companys y Azaña, bajo el protectorado de Stalin. Tales absurdos han formado el nervio de una historiografía tan vasta como basta, con pretensiones académicas y persistente aún hoy, si bien harto debilitada.
Con todo, Alonso de los Ríos escribe desde el punto de vista (lícito, claro) del ideólogo, mientras que yo lo hago como historiador. El ideólogo «condena», «defiende», «justifica» o «deplora», lo cual no es negativo por principio, pero constituye un peligro para el historiador, que debe evitar la tentación de erigirse en juez del pasado y distribuir sentencias a diestra y siniestra. La historia y la vida humana son demasiado misteriosas, y nuestro conocimiento de los hechos demasiado insuficiente, y de ahí la vanidad de tales juicios. El historiador debe examinar los personajes y partidos desde el punto de vista de su coherencia ideológica y comparándolos con sus actos y con las alternativas en el contexto real, no con algún desiderátum ético ideal.
Así, los partidos de izquierda, consecuentes con sus ideas mesiánicas, destruyeron la democracia en dos fases: la insurrección del 34 y el Frente Popular. Esa destrucción causó la guerra, y no a la inversa. Franco no se alzó contra una democracia, sino contra un proceso revolucionario. El ideólogo puede lamentar que la derrota de la revolución no se debiera a un líder o partido democrático, pero el historiador ve enseguida la imposibilidad de tal cosa, porque: a) un sistema de libertades no puede funcionar si opta por subvertirlo el grueso de la izquierda (o de la derecha, pero en el caso español fue aquella); y b) porque había muy pocos demócratas y liberales a aquellas alturas de la experiencia republicana. Por ello la victoria de Franco originó un sistema autoritario, pero muy preferible, sospecho, a la alternativa totalitaria opuesta. Alguien debía enfrentarse a la revolución, y si ese alguien fue Franco, eso cuenta en el balance, y eso debe agradecérsele, como concluía cuerdamente el gran liberal Gregorio Marañón.
También plantea Alonso de los Ríos, implícitamente, la duración del franquismo. Él mismo responde al mencionar la Generación del 36. Pero ésta ¿qué representaba? Casi nada, y por ello, por querer influir algo, algunos de sus hombres entraron en montajes comunistas (¡unos demócratas!) como el «Pacto para la libertad». Y podrían hacérseles críticas más severas, como indico en el apéndice sobre el episodio Solyenitsin.
La dictadura se mantuvo porque no tuvo alternativa razonable. Los vencidos en el 39 jamás hicieron el menor examen de sus responsabilidades, y siguieron siempre encarnando unas políticas que Azaña describe como demenciales. En cuanto a la monarquía, sólo podía traerla el propio franquismo, y lentamente, pues la izquierda la detestaba, y la mayoría de la derecha no la apreciaba. El PCE, única oposición real y algo influyente,... era comunista. Y para qué hablar de ETA. El franquismo no tuvo oposición democrática de alguna entidad, y eso debe constatarlo el historiador como el hecho que es, sin lamentaciones vacuas. Así, la democracia nunca pudo venir de la oposición real, y terminó trayéndola el sector reformista del régimen, otro hecho histórico evidente, pero a menudo mal comprendido.
Para don César, el franquismo supuso «el sacrificio de la voluntad general a unos intereses personales y de grupo». No sé si «la voluntad general» existió alguna vez, pero, por interés particular o no, el franquismo venció a la revolución, libró a España de los horrores de la Guerra Mundial, y dejó un país próspero y ajeno a las pasiones de antaño. Estos son también hechos constatables, no opiniones, y gracias a ellos hemos tenido luego treinta años de libertades... amenazadas hoy por orates que quieren derrotar a Franco y dicen que representan «voluntades generales».
Valgan estos apuntes para iniciar un posible debate. Y ahora, saliéndome del papel del historiador, aseguro a mi crítico, cuyos trabajos aprecio mucho, que soy demócrata, y por ello celebro que la democracia llegara en buenas condiciones y sin rupturas que nos hubieran devuelto a la epilepsia republicana. También me alegro de que, aunque las libertades políticas hayan llegado más tarde que en el resto de Europa occidental, las debemos a nosotros mismos, y no a la intervención de USA como casi todos los demás países europeos".
Pío Moa. Madrid.
Cabe destacar algunas ideas:
1. La crítica de César Alonso de los Ríos es manifiestamente mejorable. Por ejemplo, la alusión a un colectivo de nazi-fascistas -Laín, Ridruejo, Tovar...- del que Franco tuvo que prescindir para, entre otras cosas, no arrastrarnos a la ruina de las potencias del Eje (más que prevista por Carrero Blanco), es un lugar tan común como insostenible. Diríase que, para criticar a Stalin, debiéramos acudir a Trotsky o a algún comunista radical que estuviera en desacuerdo con "Koba".
2. Dice Pío Moa, con cierta razón, que Franco no se alzó contra una democracia, sino contra un proceso revolucionario. Para ser más exactos, habría que decir que el Alzamiento organizado por Mola, Sanjurjo, etc. y al que -a muy última hora- se sumó Franco, lo fue contra el proceso revolucionario que amenazaba la vida de media España, la propiedad y la democracia.
3. También acierta Pío Moa cuando señala que había muy pocos demócratas y liberales a aquellas alturas de la experiencia republicana. Desde luego, habían atacado la democracia liberal: Largo Caballero, Indalecio Prieto, Manuel Azaña, Lluis Companys, Casares Quiroga... Afirmar, como suelen hacer los historiadores marxistas y tuñonianos, que esta gente representaba la democracia es inaceptable de todo punto. Nada más lejos de la democracia que la dictadura del proletariado de Largo Caballero, el golpe de 1934 organizado por Indalecio Prieto y Lluis Companys, el desprecio a la democracia de Manuel Azaña (los "burgos podridos", los "tiros a la barriga"...) o las amenazas de muerte, trágicamente consumadas, del jacobino Casares Quiroga lanzadas contra Calvo Sotelo.
4. Se diga lo que se diga, Franco evitó la entrada de España en la II Guerra Mundial. De hecho, España y Portugal fueron los únicos trozos de Europa en los que no entró la maquinaria bélica nazi para expandir el III Reich. Tan sólo la habilidad del dictador español pudo frenar a un Hitler que, en 1940, tardó dos semanas en hacerse con Francia. Que se vayan con el cuento a otra parte sobre que Franco quería meternos en guerra. ¡Si el primero que quería era Hitler!
y 5. Leemos y escuchamos a tantos y tantos historiadores, periodistas e intelectuales que la España de 1936 no tenía más salida que cortar la revolución, pero que ni la guerra civil ni la dictadura estaban justificadas... A nosotros nos hubiera gustado que el mismo 18 de julio se hubiera terminado el golpe y que la democracia hubiera florecido instantáneamente. Pero, al día siguiente al triunfo del golpe, ¿qué había que haber hecho? ¿traer un rey que no era querido? ¿volver a una república que acababa de fracasar por su deriva sovietizante? ¿organizar un régimen a espaldas de las fuerzas golpistas ganadoras: católicos, militares, carlistas y falangistas? No se olvide que los que ganan las guerras imponen las condiciones; aquí y entonces; en cualquier lugar y época. El problema de las dictaduras es que los dictadores no suelen abrir las puertas a la democracia. Pinochet, por ejemplo, lo hizo y ya se ve las consecuencias que le está acarreando su acertada decisión. Aquí, al menos, se pusieron las bases para que, a la muerte de Franco, la democracia pudiera funcionar: clases medias, país en vía de desarrollo y monarquía. La postura intelectual más cómoda es la adoptada por César Alonso de los Ríos, que Franco se hubiera largado a su casa después de cortar la revolución. Pero, con una guerra civil de tres años y montañas de fusilados en ambos bandos, ¿acaso existe algún ingenuo que crea que los militares y civiles golpistas no iban a ser juzgados y encarcelados al poco de traer la democracia? y ¿acaso la II Guerra Mundial no favoreció la situación campamental de la España de la posguerra?
Es muy fácil hacer juicios históricos de ayer con mentalidad de hoy. Muy fácil. Lo difícil es dar soluciones a los problemas con el menor coste posible. Y la España de 1936 tenía muchos problemas. Y la Europa de 1939 muchísimos más y más graves. A ver quién le ponía cascabel al gato, porque ahora somos todos muy listos, pero entonces, hasta Don Juan de Borbón superaba a Franco por la derecha. Escribía éste a Franco el 23 de octubre de 1941 para proponerle la Regencia del Movimiento cosas como éstas:
"Para superar las causas que trajeron el caos a España y se logre que ésta vuelva de verdad a encontrarse a sí misma, se hace preciso realizar en España la fecunda revolución que supone el retorno a lo que ha sido y es específicamente nuestro sentido religioso de la vida, incluido lo social y la reafirmación del núcleo familiar, de las corporaciones profesionales y de la vida local..."
Está claro lo que defendía el bautizado por Ansón como "Juan III", ¿no?
Autor: Smith
Publicado el 16 de diciembre de 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.