En los años sesenta aún podía verse actuar en algún teatro en Barcelona al inefable Profesor Fassman (José Mir Rocafort), mentalista, mago e hipnotizador profesional que, aún renegando posteriormente de su propia historia como figura teatral y por tanto perteneciente al mundo del espectáculo, llegó a fundar su propio instituto parapsicológico donde enseñaba técnicas de hipnosis. Con la credulidad que acompaña a la juventud, acudí a uno de sus espectáculos, atraído por entonces por todo aquello que pudiera añadir algo de misterio a una vida prosaica y convencional. Según avanzaba la representación, con la colaboración imprescindible de los consabidos “voluntarios” elegidos al azar entre el público, mis expectativas de contemplar milagros se iban esfumando reemplazadas por la charlatanería y cutrez de los “efectos” mentales que estaba presenciando. Para el último número solicitó la colaboración de toda la platea (para entonces yo ya sentía vergüenza propia y ajena) a la que pidió se pusiera en pié con los ojos cerrados, la cabeza reclinada hacia atrás y los brazos extendidos a lo largo del cuerpo. No recuerdo con exactitud cuál era su pretensión en aquél ejercicio pero sí que tengo viva la impresión de no haberle querido chafar la papeleta y obedecer sin análisis lógico alguno su pedido (como el resto del público) a pesar de la sensación de ridículo que se apoderaba de mí. A la mañana siguiente pudo verse en los periódicos una foto de ese “mágico” momento con un titular que rezaba más o menos así: “Gran éxito del Profesor Fassman, que anoche logró hipnotizar a toda la platea durante su gala de presentación de los poderes de la mente”.
No es mi propósito quitar mérito a las habilidades del profesor. Por el contrario reconozco, mal que me pese, que por algún extraño motivo me negué a mi mismo la posibilidad de oponerme a su voluntad. Un cierto grado de hipnosis funcionó pues. La que yo mismo me apliqué justificando tal sandez al formar parte voluntariamente de algo en lo que no creía pero en la que todos mis semejantes se prestaban a colaborar con entusiasmo. Renuncié a mi mismo para no desentonar. Lo mismo que nos está pasando en el momento presente, donde pensemos lo que pensemos, ocultamos ante la platea y los titiriteros de feria nuestros sentimientos verdaderos para no incurrir en el riesgo de que nos afeen nuestra conducta poco participativa. Al rato, y viendo que el espectáculo no cesa, por más incómodos que nos sintamos, empezamos a vernos como unos bichos raros por no coincidir con los gustos de mil millones de moscas, que tal vez no se equivoquen y nos dejamos penetrar por el pánico escénico de una soledad prefabricada como chantaje emocional por el taumaturgo de turno.
Es la forma en que la hipnosis se convierte en autohipnosis. El momento en que empieza a aceptarse por nuestra psique el hecho de que nuestra autonomía personal siempre quedará a salvo secretamente y que nada perdemos por participar en la moda teatral del momento. Se nos induce la propia autoconvicción con la excusa de disfrutar del espectáculo y rentabilizar el importe gastado en nuestra entrada. No vamos a irnos con las manos vacías después de todo. Fassman ya murió, pero se llevó con él parte del importe de mi entrada. Al igual que todos los que colaboraron en la organización de su función circense y aquellos que después manipularon fotográficamente la interpretación de lo acontecido. Todos ellos expertos mentalistas sin duda.
El éxito de la sugestión inducida en la hipnosis, radica en la repetición pausada y monótona de frases al tiempo que se distrae nuestra atención por la vía de intentar concentrarla en un lugar u objeto fuera de nosotros mismos, consiguiendo que al perdernos de vista de forma relajada, nuestra voluntad se destense, dando lugar a un deseo profundo de permanecer cada vez más en esa paz falsa y artificial, donde solo moran los candidatos a zombies, autoengañados por la ausencia de estímulos interiores y quedando así a merced de la voluntad ajena, que nos hará creer según convenga que somos gallinas o gigantes. Nosotros pagaremos a gusto el precio de la entrada.
Usted se siente bien. Cada vez se siente mejor. No necesita hacer nada. No es necesario el esfuerzo. Un calor suave recorre su cuerpo liberando la tensión innecesaria. Ya sólo ve mi péndulo. Su brillo le induce al descanso. Mire usted el péndulo. Oscila lentamente. Se siente usted bien. Cada vez está mejor. Sus párpados quieren cerrarse. Un agradable sueño le invade. Ya sólo oye mi voz. Quiere descansar…Dormir….Dormir….Soñar… Usted se siente bien...
Autor: Perry
Publicado el 28 de enero de 2006
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