A lo largo de las últimas horas hemos leído y escuchado muchas, quizás “demasiadas”, opiniones acerca del acoso sufrido por José Bono en la manifestación de las víctimas del terrorismo. Por nuestra parte, ya dijimos básicamente lo que teníamos que decir, aunque se nos quedaron algunos apuntes en el tintero. Decimos que son “demasiadas” las opiniones, porque nos hubiera gustado que hace un año se hubiera hablado de manera proporcional sobre la violencia y la coerción ejercida contra Aznar, Rato, Rajoy, Zaplana, Trillo, Acebes, Iturgaiz… y en general, toda la plana mayor del PP durante la última etapa de gobierno popular, especialmente durante los días que fueron del 11 al 14 de marzo. Si fuéramos coherentes, lo cierto es que tendrían que haberse escrito enciclopedias enteras y dedicado programas especiales al asalto a las sedes del PP por toda España, a la “libertad” con la que fueron a votar –como siempre- los populares vascongados y catalanes, a las lágrimas de Ana Botella mientras su marido, el Presidente del Gobierno de España, apenas podía introducir su papeleta en la urna, las agresiones verbales que sufrieron Rajoy, Rato, Piqué, etc.
Ahora bien, ¿qué es lo que sucede con José Bono? A nuestro juicio, entre los graves defectos de los que adolece este personaje político, y entre los que a vuelapluma se pueden apuntar la demagogia trileril, el catolicismo de pegote, la presunción, la falsa modestia y la hipocresía, -defectos que, por otra parte, cualquier sociólogo los puede descubrir sin mayor esfuerzo-, hay uno que realmente creemos que saca de quicio a la gente medianamente inteligente. Nos referimos al patrioterismo barato, al nacionalismo de salón, a la bufonada neogaullista… Si la primera ley del patriotismo es defender la unidad de la Patria, señor Bono: ¿por qué milita y tiene cargos en un partido que en Vascongadas y Cataluña no defiende claramente la unidad nacional? Si el Ejército es la garantía de esa unidad, ¿por qué hizo retirar un lema patriótico de un cuartel de Lérida? Si los militares son la esencia misma de dicho Ejército, ¿por qué ha humillado a toda la plana militar relacionada con el desgraciado accidente del Yak-42? Si el PSOE ha acusado toda la vida a la derecha y al “franquismo” de monopolizar el patriotismo ¿a qué vienen sus discursitos desde el Alcázar de Toledo, con todo lo que conlleva la historia de ese recinto? Si para Bono, España es tan importante, ¿por qué no salió a defender a Trillo cuando se le criticó por el homenaje a la bandera de la Plaza de Colón? Si la lucha contra el terrorismo es uno de los pilares de nuestra sociedad constitucional, ¿por qué retiró las tropas y los agentes del CNI de Irak? De verdad que son demasiadas las contradicciones y la sociedad constitucionalista y liberal no tiene el estómago para tanto trago.
Es la demagogia un arte político sin par que suele ejercer el político cuyos esquemas carecen de la solidez necesaria para aguantar el embate de la crítica de la oposición, del periodismo y de la sociedad. Lo que ocurre es que, en una sociedad como la del siglo XXI, en la que la información aparece, por ejemplo gracias a Internet, cada día más diáfana y transparente, al demagogo se le reconoce antes que a un cojo. No se puede asistir a beatificaciones de los católicos asesinados, por cierto, por militantes de su propio partido, ni asistir públicamente a multitud de actos religiosos cuando se está a favor de leyes transversalmente contrarias al catolicismo. En este sentido, recordamos las palabras de un historiador que nos decía preferir mil veces más a Arnaldo Otegui que a Javier Arzallus en el sentido de que Otegui, por lo menos, decía lo que pensaba, cosa que no pasaba con el dirigente del PNV. Aunque la comparación resulte bastante dura, lo cierto es que Bono tiene algo de Arzallus: tendencia al dominio de masas, demagogia populachera y patrioterismo caciquil.
Autor: Smith
Publicado el 24 de enero de 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.