Hasta hace poco, más bien he sido de los que pensaba que el Plan Ibarretxe era sólo un subterfugio-trampa (método nada inédito en el nacionalismo) para disimular los navajazos de la sucesión de Arzallus; es decir, algo que debería servir para distraer o adormecer a los feligreses abertzales y evitar que incordiaran con ideas más moderadas a una Ejecutiva dispuesta al uso del trabuco. Porque está claro que en un partido tan numeroso como el PNV, donde el clientelismo es un medio de vida, no todo el mundo se chupa el dedo ni secunda el echarse al monte de los últimos meses-años. Por lo tanto es bien probable que exista más de una corriente que, debidamente motivada ante el desatino, pudiese impedir que ganaran los de siempre: Los nazi-sabinianos.
El argumento de fondo que sustentaba mi opinión acerca de que el Plan Ibarretxe podía ir destinado al consumo interno del PNV o a zamparse a su vecina ETA-Batasuna, argumento que acaso justifique mi ingenuidad manifiesta, radicaba en el hecho de resistirme a creer que entre los nacionalistas pudiera haber mentes tan obcecadas, y al mismo tiempo tan torpes, como para considerar en serio que el Plan tuviese la más mínima posibilidad de alcanzar el éxito frente a un estado de derecho. Quería evitar, además, el menosprecio hacia quienes asesoran a Ibarretxe, y hacia el propio Lehendakari, respecto de una estrategia que presumía meditada a fondo y que sólo podía perseguir, con trampa o sin ella, la continuidad en el poder y la desaparición de ETA, cuestión esta última que me hubiese parecido de perlas.
Pues bien, en los últimos meses al fin he visto la luz y caído del caballo. Y esa luz me hace comprender que el nacionalismo va en serio y que quienes lo controlan poseen una imaginación tan obtusa y fanática como para seguir al pie de la letra el guión marcado en las consignas sabinianas, cuya característica primordial es la ausencia de la más mínima racionalidad y pudor. Son gente incapaz de percibir que se dirigen directamente hacia el abismo de la disgregación y la felonía delictiva. Son un grupo envalentonado por el desistimiento de los diversos gobiernos de España a lo largo de 23 años de Estatuto y la generosidad de una Constitución que, como apuntó Peces-Barbas, no sospechó semejante deslealtad a pesar de incluir un impreciso artículo 155.
Y yo me pregunto:
-¿Es que no hay gente con más cerebro en el PNV, o con más agallas, para dar un puñetazo sobre la mesa de la coalición y pedir cordura?
-¿Cómo es posible que entre tantos cientos de militantes de un partido que siempre se ha dicho moderado y democrático (vemos una vez más que no es ni lo uno ni lo otro) hayan llegado al poder personajes con semejante calaña?, que diría Arzallus.
-¿Cómo es posible presentar un proyecto disgregador y asegurar lo contrario?, que es para la convivencia.
-¿Cómo debemos de entender que a los nacionalistas se les llene la boca pidiendo diálogo con el Estado y no hayan sido capaces de presentar uno de los ocho borradores, para su discusión, en las Juntas Generales de las tres provincias vascas o territorios históricos?
-¿Es ético asegurar, como hace Josu Jon Imaz, que el recurso del Gobierno supone el estado de excepción democrática?, cuando ellos presentan una enmienda a la totalidad de la Constitución española y pretenden que permanezcamos caídos de brazos.
-¿Cómo es posible que los nacionalistas pidan al Gobierno de la nación que si tienen objeciones las presenten en el Parlamento Vasco?, cuando ese mismo parlamento desobedece desde hace meses al Tribunal Supremo.
-¿Cómo se tiene la caradura de pedir a los partidos políticos que reaccionen al recurso del Estado?, cuando algunos de esos partidos, o sus representantes, se están pronunciando día a día en contra del Plan Ibarretxe.
-¿No son capaces de advertir que también las empresas señeras vascas ratifican su lealtad a la Constitución? ¿No son capaces de leer los labios a nadie? ¿Tan autistas les ha convertido el racismo de Arana después de 108 años?
Juraría que el Lehendakari, ese señor que anunció manifestaciones si su plan era rechazado en el Parlamento español, porque daba por hecho que hasta entonces no habría recurso, y que dijo desde México que defenderá su proyecto con uñas y dientes, ha infravalorado desde el primer minuto al Estado con el que se enfrenta. Desde la soberbia que le suministra su poder omnímodo en el País Vasco, donde la mitad de la población vive amenazada y marginada, sin duda cree que todo el monte es orégano y que sacando a la calle a unos miles de seguidores va a lograr algo frente a millones de españoles. No, Don Juan José, ni usted es nadie para imponer su criterio partidista a toda una nación soberana como la española, ni su partido tiene la fuerza suficiente como para llevar a término aspiraciones tan aberrantes. Si trata de sacar gente a la calle, antes de hacerlo piénselo siete veces y recuerde las manifestaciones en España cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco o se produjo el atentado del 11-M. Y usted, con su proyecto, simplemente pretende malherir a España y mutilarla o atentar contra ella.
Medite bien, Don Juan José, aún está a tiempo de evitar lo irreparable. Aún es posible lograr para Euskadi la armonía y la convivencia que nunca debieron perderse. Déjese aconsejar por gente mesurada que no dependa del sueldo del partido o que no le deba su cargo a ideas políticas radicales. Aproveche que Arzallus es historia, que Anasagasti ha pasado desterrado al Senado, que Egibar perdió mucho poder y que Imaz, el portavoz de lo indefendible, aún es salvable. Cántele las cuarenta a los de EA y a la fogosa Errazti, dígales que no son nada sin el PNV, que jamás lograrían gobernar ellos solos. Utilice la policía autonómica para combatir a ETA y no para hacer cursillos interminables que les impide la presencia en la calle.
Haga un llamamiento para que regresen a Euskadi los miles de intelectuales y empresarios huidos por las amenazas y la extorsión. Eduque a los niños sin inculcarles odio y sin considerar extranjeros a los que se incorporan de otras provincias. Asegúrese un puesto destacable en la historia como pacificador de Euskadi, pero de verdad, al modo integrador. Imite a su ideólogo Arana sólo en la última etapa de su vida, cuando se arrepintió de tanto fanatismo. Sea leal con España y con todos los vascos, con todos, y deje que otros 800 años, al menos, nos unan para el logro de grandes empresas y del bienestar común. Háganos un favor: ¡Aterrice de una vez en la realidad del planeta Tierra!
Frases como las anteriores son las que deberían susurrarle al oído, permanentemente, quienes le quieren bien.
Artículo publicado el 4 de mayo de 2004
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