domingo, 19 de noviembre de 2017

El rechinar del Tripartito - 1ª Parte: Los antecedentes


Nada más finalizar el recuento de las elecciones catalanas en el otoño pasado, cuando se vio que sólo una fuerza llevaba la combinación ganadora de la bonoloto que decidiría el color del gobierno (nacionalismo de izquierda o nacionalismo de derecha), se inició un sin vivir en el PSC y CiU para atraerse como socio a Carod, marañero personaje a quien hasta entonces ambas formaciones le habían hecho la silleta de la reina; es decir, le habían otorgado una especie de trato beatífico, por si acaso, en los (sus) medios de comunicación y en el parlamento autonómico, trato que en gran medida determinó el buen resultado electoral de ERC.

Al finalizar las negociaciones para formar gobierno, Carod acabó confesando que él, desde el principio, sólo contemplaba el pacto con el PSC. Confesión que encorajinó a los de CiU por el paripé al que habían sido sometidos y por el poco tiempo que les quedó para destruir documentos, aunque lo que pretendía en realidad el noi de Cambrils, y así lo declaró en varias ocasiones por si sonaba la flauta, era un todos contra el PP donde se reservaba para sí el sillón de presidente, única forma que Carod concebía en ese momento para acceder por la puerta grande a la Generalitat catalana.

El proyecto de Carod estaba basado en la creencia de que el convergente Mas y el ex alcalde Maragall (uno se resiste a llamarle socialista) sólo hubiesen aceptado a un tercero para presidirles, puesto que entre los dos políticos mayoritarios existe desde antiguo cierta ojeriza cordial, de las de duelo a primera sangre, hasta el extremo de que sólo por Sant Jordi alternan juntos, eso sí, cada uno de ellos en una esquina distinta del Pati dels tarongers, recinto del Palau donde en tal fecha el President suele ofrecer un chocolate a la clase política catalana y a unos cuantos personajes indefinidos.

Los planes de Carod tenían bastante sentido, consistían en hacer de árbitro en la gran final y señalar los penaltis, sólo que Maragall sabía que aquel era su momento o no lo sería nunca, y ofreció y ofreció...  sin que los de Esquerra cesaran de argumentar que se trataba de una subasta en la que CiU había situado muy alta la puja. Sin embargo, Carod terminó por convencerse de que su arbitraje no era posible y de que aceptar de jefe a Maragall no dejaba de ser pájaro en mano.

Y es que Pascual, curtido en mil batallas y en toda clase de faroles de póquer, un buen día le comentó que acababa de entregar el importe para la reserva del alquiler de una villa en Italia, y como de pasada, sin mostrar el mínimo interés en gobernar, le expuso a Carod lo siguiente: "Tú mismo, o aceptas lo de Consejer en Cap o me largo otra vez a Roma y ya os apañaréis con la gente de Pujol".

Carod, que puede ser marrullero como nadie pero que de tonto no tiene un pelo, lo primero que pensó es que si se le iba a Roma el del PSC no tendría más opción que formar gobierno con Más, un tipo joven y listo con el que CiU seguiría controlando los despachos y los medios de información, en cuyo caso ERC se difuminaría dentro de CiU, igual que ocurrió en la época de Heribert Barrera, y se evaporaría de un plumazo el deslumbrante futuro que le aguardaba. ¡Maldito viaje a Roma, no tengo más remedio que aceptar!

La coalición CiU, aunque había ganado y se sentía feliz, prefirió morir en la oposición antes que ser muerta accediendo a semejante pacto del todos contra uno, donde seguramente de desharía como un azucarillo bajo la férula de Carod y los celos de Maragall. Y además, nada hacía sospechar por entonces lo que ocurriría como consecuencia del 11-M y el rastro de ignominia informativa que le siguió, esa trilogía de noches de cuchillos largos y ética corta que determinaron la ascensión al poder de un PSOE transmutado en todo a 17 y un ZP que afirmó que validaría cualquier decisión de la cámara catalana respecto a un nuevo estatuto.

Porque los de CiU vaticinaban unas elecciones anticipadas en Cataluña si ellos se mostraban firmes como oponentes a Maragall-Carod, con un PP que en buena lógica debía ganar por mayoría absoluta en Madrid, o casi, que ayudaría a mantener a raya a la pareja de marras y que, además, haría ministro de exteriores a Durán i Lleida y alguna que otra bicoca añadida. Para los sucesores de Pujol, el tándem PSC-ERC no era más que un equipo de mostrencos, en el que nadie reconocía amo, que no tardaría en sentir los primeros movimientos telúricos y desestabilizadores. "Y nosotros -tal vez le aconsejaron a Mas- prepararemos cuantas operaciones sean precisas para que estos advenedizos (sólo CiU tiene derecho a gobernar Catalunya) salgan por piernas del Palau".

De modo que se formó el Tripartito y a Carod, una vez más, le brillaron los ojos cuando prometió el cargo de Primer Ministro autonómico. Ni Maragall President ni nada de nada, la toma de posesión de Carod (nunca mejor dicho lo de posesión) fue un acto de lo más solemne en el que parecía que acabase de sacar la espada de la piedra y se abrieran para él las puertas de Camelot. Pero lo que en realidad se había abierto era la veda de la sinrazón. Esa sinrazón que determina el menosprecio de cualquier símbolo de España o de los defensores de la libertad para todos, sin etnias, sin inmersiones monolingüísticas, sin hechos diferenciales, sin errehaches negativos y sin acoso a la comunidad vecina.

Artículo publicado el 18 de mayo de 2004

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