A pesar de que Rajoy ha dicho que cuenta con Gallardón para la dirección del PP, aún se resiste a revelar qué cargo le tiene reservado y es bastante probable que tarde en aclararlo, porque resulta que el jefe de los populares —ya veremos por cuánto tiempo— nos está saliendo un buen pillastre y juega a congelar el balón en el centro del campo, es decir, a no soltar prenda hasta el último minuto, justo en ese momento del Congreso de Valencia en el que, sin opciones para los demás y con los compromisarios bien amarrados, deba dar a conocer lo que ha denominado “mi equipo”.
A mí, semejante actitud me parece la de un tipo listo o, por mejor decir, listillo, de los de fábula a lo Samaniego, puesto que usa su actual cargo en el partido y se mueve a sus anchas entre los pasadizos del mismo, donde se le van cuadrando los barones regionales igual que lo harían si pasase la reina de Inglaterra, para interpretar el rol de paladín enmascarado y aventajar así a la tortuga en la carrera, que además corre maniatada y necesitada de un mínimo de 300 compromisarios para iniciar la salida, lo que me parece bochornoso que ocurra en un partido político que se considera democrático.
Y digo enmascarado, no porque desconozcamos su rostro, pero sí cuáles son sus intenciones o la composición de la cuadrilla que deberá acompañarle para ejecutarlas. Todo un enigma que Rajoy no se atreve aún a desvelar para evitar con pillería la rebelión a bordo de los que aún poseen principios y adivinan la deriva popular a la que se les lleva por el actual camino. Una deriva que ya veremos si, como consecuencia del encastillamiento de Rajoy, no acaba con la derecha fragmentada en dos o tres formaciones, algo que garantizaría el gobierno de ZP para los restos, o bien, en el mejor de los casos, que una fuga importante de votos acabase en el partido de Rosa Díez, una señora sin complejos a la hora de clamar cual es su patria y cómo la quiere.
Si finalmente fuese Gallardón el que ocupara el puesto de Secretario General, es decir, el equivalente al de Pepiño Blanco en el PSOE —quien, por cierto, debe estar partiéndose de risa ante la posibilidad de un vis a vis entre iguales con el alcalde, o sea, entre entusiastas del poder a toda costa—, la siguiente fase de reestructuración del PP en sus sedes regionales, provinciales y locales nos llevaría a una buena escabechina de cargos en aras de lograr ese centrismo de carácter prisaico —el Word se empeña en poner prosaico, lo que también me vale—, con mucho talante zapaterino en disputa con el original, mucho deseo de dialogar y pactar con los de la España plurinacional y no poco enjuague en los medios del fallecido Polanco, que habrá demostrado ser capaz de ganar la batalla incluso después de muerto.
Tengo la sensación de que este no es el PP preferido para unos cuantos que le hemos venido votando. En mi caso, hubiese deseado un congreso abierto, dándoles las máximas facilidades a las candidaturas interesadas en presentarse, al menos dos o tres más, y aclarando previamente cuáles eran los equipos y el programa. Es más, aún sería posible hacer algo así si el congreso se desplazara al mes de octubre o noviembre, pero no se hará. El motivo no puede estar más claro, Rajoy teme no ser el elegido y sospecha que terminaría sus días de liderazgo haciendo el ridículo en unas votaciones libres, de modo que juega con el reglamento a su favor, que es lo que hacen todos los listillos que al mismo tiempo carecen de principios.
Porque esa es la clave de esta crisis popular: Rajoy carece de esos principios democráticos —o para él son secundarios— que desde siempre han debido caracterizar al PP y por los que muchos hemos votado a ese partido: Amor a España y a la libertad y respeto a las leyes. Y desde luego siempre por encima de los intereses personales o del partido. Principios a los que, de modo muy destacado, debería sumársele el de igualdad de oportunidades, también en las elecciones dentro de los partidos políticos.
Autor: Policronio
Publicado el 21 de mayo de 2008

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