lunes, 20 de agosto de 2018

Principios o poder, he ahí el dilema


Un partido político tiene dos opciones: principios honorables o poder a toda costa. Los socialistas españoles han buscado desde siempre el segundo de los objetivos y, al mismo tiempo, han renunciado expresamente al primero. El PP de Rajoy está ahora en esa misma búsqueda, de ahí que el actual jefe de los populares —a extinguir— alardee de unos principios que no expone con claridad pero que dice que tiene, de ahí, igualmente, que ayer se viera cómo le secundaba la Tabla Redonda casi en pleno, es decir, esos barones regionales poco interesados en un jefe nacional de principios firmes y honestos, capaz de transmitirlos y hacerlos cumplir por encima de los intereses autonómicos que ellos representan.


Porque los principios, como el talante, pueden ser así o asao. Y en ocasiones “asiao”. Es decir, alardeados de un modo y puestos a la práctica de otro, técnica ausente de valores típicamente izquierdista. De modo que cuanto más al centro se acerque Rajoy, más en la línea de los principios siniestros y farsantes va a encontrarse. Es evidente. Incluso puedo añadir que hay principios que incluyen en el “pack” la metamorfosis, un hecho que se produce cuando en el manual de instrucciones (página correspondiente a dos legislaturas en blanco) se dice: “Pulse el botón M, de metamorphose —siempre vienen en inglés—, para ir dándole a sus principios un aire más progresista y engañabobos”.

“El presidente del PP ha dicho que puede aceptar que alguien se sienta más capacitado que él para presidir el partido, —¡hasta ahí podríamos llegar, a que no lo aceptase!—, pero no va a tolerar que se pongan en tela de juicio sus principios y convicciones porque son los mismos que defendía antes de las elecciones generales”. Veamos, de acuerdo con esos principios, no estaría de más recordarle al muy susceptible Mariano, el intolerante con las críticas, un hecho que ahora se comprende en toda su dimensión: Ha venido aceptando estatutos de autonomía, como por ejemplo el de Andalucía, que suponen una desigualdad clara entre los españoles. Unos estatutos que, habiéndoles dado el visto bueno el PP, algunos aceptamos a regañadientes en su día, sin haberlos sometido a un análisis en profundidad, precisamente porque dábamos por hecho que el PP era un partido de principios decorosos. Pero ahora puede comprobarse, como el propio Zapatero se encargó de denunciar en uno de los debates —que la deshonestidad no excluye la picardía—, que el estatuto andaluz contienen artículos calcados a los del estatuto de Cataluña, llevado por el PP al Constitucional.

¿Cómo debemos llamar a algo así? ¡Flojera de principios!, sin duda alguna. O, si se quiere, principios al dente y al gusto del consumidor, siempre que al cliente, caso Arenas, nos convenga mantenerlo contento y con opciones para llegar a ganar un siglo de estos en su cortijo. Y eso en lo que se refiere al trato que Rajoy mantiene con esos barones del partido que poseen mando en plaza, que si nos fijamos en otros líderes territoriales, caso de Feijoo, entonces se habla claramente de  mostrarle simpatía a los nacionalistas, sin que desde la Dirección nacional surja un desmentido rotundo o un cese fulminante. Y no sigo más, que me duele el pelo de señalarle las metamorfosis a tanto “principiante” enmascarado. Así que, como apuntaba el clásico: “Si la fuente nace turbia, no irán claros los arroyos”. Y eso seguirá siendo de tal modo por mucho que se alardee de aguas cristalinas. Rajoy, toma nota: “Nadie llegó a ser grande imitando”. Y menos a Zapatero. 

Autor: Policronio
Publicado el 1 de junio de 2008

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