Si hay algo que podría atribuírsele al juez Garzón es la condición de hiperactivo, o por mejor decir, la de poseer una inclinación a tocar muchas teclas al mismo tiempo pero sin ocuparse debidamente de afinar el piano, lo que usualmente determina que el instrumento de la Ley chirríe entre sus manos y a menudo suene con no poco estrépito, especialmente cuando sus actuaciones van acompañadas de esa trompetería que el personaje gasta y que destina, más que a la elaboración minuciosa de los cargos hacia el presunto delincuente, a darse realce y auto bombo en los medios informativos, emplazados por lo común a tal propósito. Con gran frecuencia, entre clarines y timbales de obvia concordancia con su propagandística tarea, más predispuesta al entorchado que a la eficacia, el locutor del estadio imita la voz de nuestro héroe y se oye un “te vas a enterar de quién manda aquí”.
Ha sido así en buena parte de sus instrucciones, algunas de cuyas diligencias quedaron inmortalizadas a bordo de helicópteros en vuelo rasante, donde uno aseguraría haber avistado a nuestro hombre en el extremo de una escala de cuerdas, encogiendo las piernas a intervalos para evitar las chimeneas de los edificios más altos, mientras desde esa posición acrobática impartía órdenes a las unidades de tierra. Lo mismo podría decirse de su uso arriesgado de alguna patrullera de asalto, zarpada de noche y con destino a alta mar, con oleaje de fondo de seis metros azotando la proa del buque, punto de la nave en la que el juez no dejaba de mostrarse impertérrito, mirando al horizonte, con la misión decidida de aprehender la embarcación que transportaba un importante alijo de drogas. Fuese a bordo de aeronaves o buques, cualquiera de esas acciones podían considerarse secundarias para quien el mayor logro de su vida ha sido ver amanecer, un objetivo en sí mismo y al alcance de pocos mortales.
Otras medidas no menos espectaculares del personaje, a la par que contradictorias o interesadas, referidas en este caso al mundo del terrorismo vasco y su entorno, son las que el juez de relumbrón ha ido adoptando a lo largo de los años. Entre esas medidas, trufadas las más de las veces de oportunismo político, destacaría la autorización para que los etarrófilos se manifestaran en 2006. Autorización emitida al entender que dicho acto no vulneraba (¡!) el auto de suspensión de actividades, como si una marcha en la que finalmente se gritó contra las instituciones democráticas y a favor de los violentos —eso sí, sin pancartas o símbolos batasunos como él mismo ordenó—, pudiera catalogarse igual de intrascendente que el rezo de un rosario en familia, cuando, por el contrario, lo lógico es que entrase de lleno en sospecha de ilicitud o hubiera podido deducirse que algo de tal gravedad como es la apología de una banda asesina iba a sobrevenir. No, no se suspendió aquella manifestación puesto que en ese momento convenía al poder político estar a bien con el submundo terrorista. Y Garzón fue el profeta que interpretó el deseo del más Alto.
Ahora toca mudar las páginas del “Corán” garzonita, para adaptarle la letra a las nuevas apetencias del Supremo, y nuestro hombre ya atiende de nuevo al arcángel, el mismo que pocos meses atrás le inspiraba, con su palabra eterna e inmutable, acerca de la tolerancia con la tribu batasuna. Las anotaciones de estos días en el libro sagrado narran la voluntad de “Dios”, interpretada por el “profeta”, decidida a condenar, ¡al fin!, lo que siempre ha sido condenable: el activismo etarra y la marea radical de su brazo logístico. De modo que Garzón ha ordenado precintar, tras un registro meticuloso de la policía, una de las dos sedes que tenía ANV cuando presentó 190 candidaturas, algunas de ellas declaradas legales por su señoría.
Con todo, no es este bandazo rocambolesco respecto a los etarrófilos de ANV lo más llamativo del día a día del sujeto hiperactivo, sino el hecho de que ahora se cumplan dos años, ¡nada menos que dos años!, sin que nada se sepa de la instrucción que debería llevar aparejada el famoso chivatazo que procedente de un teléfono de Interior, dicen que de alto cargo, se le dio a Joseba Elosua, responsable del aparato de extorsión de la ETA. Lo que lleva a pensar en que la hiperactividad del personaje es más bien de carácter selectivo, a favor de parte, y que todos sus desvelos van encaminados a contentar en la misma dirección: la inadecuada, la arbitraria, la oportunista, la del te doy esto y esto otro y cuando me apetezca me voy un año a Nueva York, a dar unas charlas o impartir cursillos, o recibirlos, o ver amanecer desde otro meridiano y sopesar el coste de la vida, no sea que al final se sepa todo, incluso lo que ahora sospechan algunos, y acabemos por encontrarnos convenientemente expatriados, en viaje “turístico”, en esa urbe de la odiosa Gringolandia, imperio tan denostado por los que presumimos de nuestra condición “progresista” y sin embargo tan admirado para nuestros adentros.
Autor: Policronio
Publicado el 6 de mayo de 2008

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