Finaliza la serie escrita por Amestoy y en ella se advierte la falsedad de una de las afirmaciones más frecuentes durante años: Franco erigió la basílica del valle de Cualgamuros, como si de un gran faraón se tratase, para que sus restos descansaran solemnemente allí. No solamente es el autor del artículo quien desmiente tal supuesto, autor en el que se observa más bien pocas simpatías hacia algunos falangistas, sino que es Victoria Prego, musa de la Transición en los medios informativos y periodista por lo común bien informada, quien otro tanto afirma al respecto.
Así, pues, diríase que el dictador Franco, criticable por tantas razones y digno de respeto por otras, pensó y creó el Valle de los Caídos como un lugar de auténtica reconciliación entre los españoles. Otra cosa bien distinta es que durante un buen número de años, antes y después de la muerte de Franco, una corriente política se intentara apropiar del recinto, exaltando de paso, en determinadas fechas y en ciertas manifestaciones cargadas de parafernalia, una ideología que las urnas han convertido en poco menos que intrascendente. Es más, probablemente seguirá siendo así, intrascendente, mientras sus simpatizantes no sean conscientes de la enorme validez del voto útil para ir acercando las ideas a los que en verdad deciden. Como conscientes deberían ser de un hecho de la mayor importancia: este siglo que vivimos, a diferencia de la primera mitad del siglo XX, no es el más adecuado para las democracias orgánicas. Y ello es y debe ser así, por más clase política enfangada que nos toque soportar hoy en día.
La ley del silencio (y V)
A Franco, otra vez la «cara» y la «cruz» del Valle, por culpa de las «broncas» que le organizaban allí los falangistas, creo que ya no le gustaba que le llevaran a Cuelgamuros… «ni vivo, ni muerto».
Pero le ocurrió lo de siempre y, a quien nadie se había atrevido a contradecir en vida, no se le respetó su última voluntad. Franco tenía previsto que le enterraran en el Cementerio de El Pardo, donde descansan todos los personajes del Régimen, pero al ver que su muerte estaba próxima, su familia y los altos cargos del Estado, incluido el Príncipe Juan Carlos, deciden que su cuerpo descanse en el Valle de los Caídos. Y es el futuro rey quien ha de solicitar el enterramiento a la comunidad benedictina que rige la Basílica. Hace poco la periodista Victoria Prego ha publicado algún dato más que confirma esta realidad: «En los últimos días de la enfermedad del general, Arias Navarro preguntó a su hija Carmen si se le iba a enterrar en el Valle y la respuesta fue 'No'». Y continúa Prego: «Lo que sí consta es que las obras para acondicionar una tumba al otro lado del altar se realizaron a toda prisa, estando ya el dictador irremediablemente enfermo».
Así fue y yo aporto este otro dato que aclara definitivamente que Franco no construyó el Valle para que fuera su gran mausoleo: De labios de un oficial de su escolta, dueño de la librería en el Mercado de los Mostenses, de Madrid, al que encargaron preparar su tumba en un par de semanas, escuché los problemas que hubo que resolver, incluso de inundación por rotura de cañerías, para hacer una fosa imprevista detrás del altar, ya que en su día sólo se hizo el hoyo para enterrar los restos de José Antonio que se habían depositado, antes, en El Escorial.
Pero dejemos que Victoria sume otro argumento valioso: «Consta también, y hay testimonio de ello, que a comienzos de los 70, Franco envió a su mujer a visitar la cripta de la ermita del cementerio de El Pardo, que está adornada por los mismos artistas que participaron en la decoración del Valle de los Caídos. Y consta que en esa cripta había una urna funeraria con capacidad sobrada para dos cuerpos y que, una vez enterrado Franco en Cuelgamuros, esa urna fue retirada.
Y finalmente consta que allí reposan ahora en solitario los restos de su viuda, Carmen Polo». ¿Cuántos restos, además de los de José Antonio y Franco, hay de verdad en el Valle de los Caídos? La cifra, siempre discutida, se ha movido de setenta mil a treinta mil. Pero ya está bien de contar muertos. Que descansen todos en paz debajo de las dos cruces: la de fuera, del arquitecto vizcaíno Pedro Muguruza, y la de dentro de la Basílica, del escultor guipuzcoano, Julio Beobide. Vasco era también Carmelo Larrea, el autor de la canción «Dos cruces» donde se decía que «están clavadas dos cruces en el monte del olvido». No estaría mal que también el Valle de los Caídos fuera «el Valle del Olvido». No siempre es bueno recordar y ya es un tópico que «hay que recordar para no repetir». Lo mejor para no repetir es perdonar. Y olvidar. No puede ser lo de «yo perdono pero no olvido». Hay que olvidar todos los muertos; los mil muertos de ETA y los millares de la Guerra Civil. Este «perdón histórico» y con «olvido colectivo» puede ser, además, «políticamente más correcto».
Autor de la serie: Alfredo Amestoy (Firmas invitadas)
Autor de la presentación e imágenes: Policronio
Publicado el 24 de noviembre de 2008
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