En esta penúltima entrega de “El Valle de los Caídos”, artículo fraccionado de otro de mayor extensión que el periodista vasco, Alfredo Amestoy, escribió bajo el título “La ley del silencio”, se describen algunos preparativos para la ornamentación de la basílica. Hay varios detalles en la serie que demuestran la actitud nada politizada del dictador respecto a la citada obra, al menos en la parte artística, lo que a su vez induce a tomar como cierto su deseo de reconciliación. Así, vimos que se escogió al escultor socialista Ávalos para diseñar las figuras de los evangelistas al pie de la gran Cruz, y ahora se comprueba que la imagen del Cristo del interior fue esculpida por un nacionalista vasco, Beobide.
La ley del silencio (IV)
En 1940, Franco, siempre previsor –recuerden lo de «atado y bien atado»–, respecto al Valle, lo tenía todo «cortado y bien cortado». Hasta la madera para hacer su pieza favorita: un gran crucifijo que en el altar mayor de la Basílica es lo único que permanece iluminado durante la Consagración, cuando se apagan todas las luces del templo. La madera para hacer la cruz de este Cristo la había elegido el propio Franco en la Sierra al ver la forma de una rama de una sabina. La sabina es apreciada por su madera hermosa, fuerte y olorosa, ideal para fabricar violines y castañuelas. Pero ahora venía lo más difícil: tenía que buscar alguien capaz de tallar «el Cristo más importante del siglo XX».
Y el Caudillo volvió a tener lo que le atribuían los moros: «baraka», suerte. Ese mismo verano, al ser invitado a una fiesta que daba el pintor Zuloaga en su casa de Zumaya, descubre en su capilla una figura que le deja deslumbrado. Es, precisamente, el Cristo que siempre había soñado para el altar mayor del Valle. Le pregunta quién es el autor de esta talla que el propio Zuloaga había policromado. Don Ignacio duda si ocultárselo, pero le acaba confesando que es de Beobide, un escultor nacionalista vasco. Zuloaga también engaña, al principio, al escultor diciéndole que un americano se ha interesado por una copia del cristo que había hecho para su capilla. Franco sorprende a Zuloaga cuando le contesta que no le importa cómo piense políticamente el escultor.
Además, lo que él quiere es que ese Cristo, en el altar del Valle de los Caídos, sea el símbolo de la conciliación. En ese momento el Cristo de Beobide empezó a entrar en la leyenda, y a circular en torno a él una curiosa historia. Para salvar la cara al pobre Beobide se contó que Zuloaga, cuando encarga al escultor otro Cristo para un americano, le oculta quién es el cliente, «porque de saber su destino jamás hubiera realizado el trabajo». Una falacia porque Beobide supo pronto para quién y para dónde era el Cristo que le pedía Ignacio Zuloaga. Y la prueba es el talón, por veinte mil pesetas –lo que entonces costaba un buen piso– que se le ingresa en su cuenta bancaria por orden de Franco, según se le comunica en carta de la Jefatura del Estado, que obra en nuestro poder, fechada en el Palacio de Oriente el 23 de Junio de l941, un año después de la visita del general a Zumaya, y donde se le pide «acuse de recibo».
Franco murió sin saber que le enterrarían en el Valle. Parece que el acierto de Franco en la elección del artista fue total. Beobide, sobre todo en la talla de Cristos, es heredero de sus maestros, Berruguete, Montañés o Mena… Pero, a pesar de todo, Franco nunca pensó en que le enterraran bajo ese Cristo.
Autor de la serie: Alfredo Amestoy (Firmas invitadas)
Autor de la presentación e imágenes: Policronio
Publicado el 18 de noviembre de 2008
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