sábado, 3 de marzo de 2018

El terrorismo de la próxima década

El peligro de la fragmentación de España se mantiene latente. En apariencia ha fracasado el amago separatista catalán del 27-S y del 1-O (2017), pero la conjunción de los partidos de la izquierda radical, donde cabe incluir al PSOE de Pedro Sánchez (siervo del PSC), muy interesado en gobernar a cualquier precio, puede reavivar los intentos cismáticos en varias regiones.  

España nunca ha sido una nación que se haya resignado a ser despedazada. Quizá nuestros genes, sólo quizá, posean más de un cromosoma afectado por la rebeldía de esos pueblos que no se resignan a morir. Ya se sabe que todo es cuestión de hábito, y del mismo modo que el español difícilmente será metódico y retraído, puesto que el clima imperante le invita a lo contrario, tampoco aceptará con excesiva resignación determinadas imposiciones que le coarten su libertad. Es demasiado luminoso el cielo de España como para renunciar a moverse al albur, sintiéndose siempre en casa, por cualquiera de sus regiones.

El habitante de Hispania fue capaz de enfrentarse durante siglos a numerosos ejércitos invasores, a los que acabó desalojando con gran esfuerzo y pérdida de vidas o a los que se unió gustoso —caso de Roma— cuando comprendió que se hallaba ante una civilización de rango muy superior. Quizá haya una singularidad en nuestra tradicional rebeldía ante la opresión, el período franquista, larga dictadura acerca de la que aún no he sido capaz de leer una explicación razonable del porqué fue consentida durante 40 años sin que corriese la sangre hasta el último día.



Contra imposiciones de cualquier tipo, fuesen religiosas (arrianismo o islam), fuesen dinásticas (Felipe V, Carlos IV, Isabel II), fuesen ideológicas (social-comunismo o republicanismo radical), el pueblo español acabó decantándose y combatió cuanto fue preciso para defender lo que consideraba una causa justa. Lo hizo dividido en numerosas ocasiones, enfrentado entre sí las más de las veces, pero siempre primó una idea de fondo que le dio la fortaleza necesaria y que en mi opinión aún se mantiene: La salvaguarda de la unidad nacional y la igualdad de todos los españoles ante la Ley.

En defensa de esa noble idea, la historia de España registra numerosísimas víctimas y cuantioso sufrimiento. Unas víctimas que es preciso contabilizar a efectos morales y patrióticos, y a las que es imposible borrar de la memoria si se posee un gramo de decencia. No solo se habla aquí —que también— de olvidar a las 900 personas asesinadas por la ETA, incluyendo varios niños, a cambio de una paz tiránica en ciertas regiones del norte, sino de los miles y miles de compatriotas que cayeron a lo largo de los siglos para que perdurara una nación española que ahora se pretende trocear tan irresponsable como interesadamente. Unas víctimas que determinan nuestra tradición multisecular de unidad e independencia y unas víctimas, en fin, que en el caso de pretender relacionarlas debidamente sería forzoso que se incluyeran desde los primeros hispanos caídos ante al opresor Islam en Guadalete hasta el último español asesinado por las bandas terroristas de ETA, Terra Lluire o GRAPO.

No es demasiado difícil imaginar el siguiente escenario en la próxima década: Cataluña y el País Vasco, prácticamente independientes, serán naciones que permanecerán sometidas a sendas dictaduras nacionalistas, las cuales acabarán por expulsar a una parte significativa de su población, como ya viene sucediendo ahora. A su vez, el gobierno socialista de Pedro Sánchez (la apatía de Rajoy determinará su harakiri electoral a finales de 2018 o en cuanto haya elecciones), que para entonces poseerá otros importantes conflictos territoriales, transigirá ante las nuevas reivindicaciones de los filoetarras (en el gobierno vasco) y de ERC (asimismo decisiva en el gobierno catalán) y aceptará la formación de Euskal Herria y los Països Catalans mediante la creación de una nueva ley engañosa que permita federarse a las comunidades, lo cual determinará la ampliación de las dictaduras nacionalistas en territorios como Navarra, La Rioja, la Comunidad Valenciana o Baleares, sin mencionar el alarmante foco de inestabilidad en Galicia.

Si se diesen tales condiciones de opresión nacionalista y de colaboración interesada del gobierno social-populista formado por Sánchez-Iglesias —nada hace pensar que quien ha cedido en lo principal no siga cediendo hasta el infinito—, lo más probable es que otros cuantos miles de personas volviesen a abandonar los nuevos territorios caídos en manos del nacionalismo y ello comportase la miseria para muchos alejados de su lugar de nacimiento. Y ante situaciones de miseria, con todo perdido, el ser humano ya no es capaz de controlarse a sí mismo. Surgiría el terrorismo, si bien de distinto signo al de ahora. Las víctimas de la siguiente década no serían guardias civiles, policías nacionales o políticos del PP-PSOE, más bien lo serían policías autonómicos catalanes o vascos (convertidos ya en ejércitos nacionalistas), políticos de Bildu-ETA, el PNV o ERC y lo que quedara de Convergencia, además de un PSC aún más radicalizado.

Si se diese el caso de un terrorismo reivindicativo en la siguiente década, y todo apunta a ello, personajes como Otegi, Carod-Rovira, Maragall, Ibarretxe, Mas, Rubalcaba, Pujol (si aún vive) o el propio Sánchez y su adjunto Iglesias harían bien en ir seleccionando a no tardar el personal necesario para su escolta. Y ello con independencia de los cargos políticos que entonces ocupasen, puesto que en ningún caso habrían perdido su condición de principales traidores a la patria española. Ya no hablemos de Ternera (quizá leendakari) o de Junqueras (acaso presidente de la Generalidad catalana), que para entonces experimentarían en sus propias carnes lo que es vivir sometidos a la posibilidad de un francotirador oculto.

Grandes empresas catalanas o vascas, asimismo, deberían considerar de qué modo destinarán una parte importante de sus beneficios al pago del impuesto revolucionario, solo que esta vez debería serle abonado al REDA (Resistencia Española Democrática Antinacionalista), organización combatiente (si el término vale para la ETA, es válido para cualquiera) extendida por toda España cuyas reivindicaciones serían: 1. Estado unitario español. 2. Elecciones generales libres y constituyentes, con blindaje de la separación de poderes. 3. Ilegalización del nacionalismo segregacionista. Y un largo etcétera.

Lo dejo aquí, la imaginación me ha jugado una mala pasada al situarme hoy ante el folio. He soltado las bridas del teclado y he dejado que mis dedos se movieran a capricho. Espero que nada de lo vaticinado se cumpla, esencialmente en lo que se refiere el terrorismo de la próxima década. Ojalá que el próximo gobierno surgido en 2015 sea mucho, muchísimo, más eficaz de lo que supongo y acabe convenciéndonos con su política, porque si al final resultan ser unos individuos tan infames y farsantes como ahora me parecen… ¡Démonos por jodidos! Por si acaso, antes de que nos cierren Batiburrillo 2012: ¡Viva España, unida para siempre!

Artículo revisado y actualizado, insertado el 25 de marzo de 2006 en Batiburrillo de Red Liberal


PD: Faltaría saber si en la próxima década el partido Ciudadanos, liderado por Albert Rivera, poseerá ya el poder necesario. Porque si es así, entonces entiendo que es como para borrar todo lo escrito. Ciudadanos es un partido sobre el que aumenta mi simpatía según va disminuyendo la que siento hacia Rajoy, un personaje que ha estropeado muchísimo al Partido Popular.

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